Restringido
El final de la Historia (de Cataluña)
Hay que felicitar a los dirigentes políticos de Cataluña por ser los primeros en fundar un Estado en el siglo XXI, al que llaman «Estado nuevo», de resonancia salazarista y más cosas. Asunto diferente es que pueda ponerse en pie, pero ésa es otra cuestión: lo que importa en el «nacionalismo integral» es la fantasía natural. No hablamos de un Estado cualquiera que administre la cosa pública, sino la construcción –«la casa común» se dice ahora– en la que habitan los pueblos, el catalán en este caso, cuyo espíritu quedaría reconciliado consigo mismo, como así escribió Hegel, feliz. Lo que supondría el final inmediato de la Historia alcanzada la libertad plena. Por lo tanto, ¿qué más da quién gobierne mientras sea uno de los nuestros? Francis Fukuyama teorizó en el glorioso 1992 el «final de la Historia» en una fantasía neoconservadora que creyó que Estados Unidos podía llevar la democracia por encargo. Fukuyama, muy honestamente, acabó rectificando. Había Historia para rato. El documento que ayer estudió la Convención Nacional de CDC habla de que «la creación de un nuevo Estado, fruto de la voluntad del pueblo, es una excelente oportunidad para crear nuevos lazos, nuevas sinergias y nuevas actitudes entre los ciudadanos y los poderes públicos...». Sinergias, buen rollo... Y habla de «erradicar la pobreza» y de «ciudadanía plena». Los estados normales suelen imponerse, los ciudadanos no participan en su fundación y desconfían por regla general de un Leviatán con cara de buena persona. Tienen, eso sí, la posibilidad de oponerse. El Estado nuevo catalán es otra cosa, aunque sus ecos sean viejos. Resuena aquella extrema derecha de Maurras que tanto apreciaba el nacionalismo catalán y que consideraba que la nación era una «comunidad natural» por encima de la política, de los hombres y de sus votos y resuena la democracia corporativa de Salazar: ¿qué importa quién gobierne en Portugal si es un portugués?
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