Alfonso Ussía
El General no tiene quien le vote
Las elecciones generales del pasado domingo han demostrado que el bipartidismo ha desaparecido de España. Hay un partido grande y tres medianos. Divertido el análisis de Sánchez, que ha llevado al PSOE a la mayor confusión electoral de la historia de nuestra democracia. Ochenta y cinco diputados y se mostró feliz por haber conseguido la gran heroicidad de no ser adelantado por la coalición de Podemos e Izquierda Unida. Tragicómica la comparecencia de los grandes fracasados. Su alianza con el lelo le ha supuesto a los bandarras la pérdida de más de un millón de votos. Mientras Iglesias hablaba, el lelo, a su derecha, miraba y sonreía como si la cosa no fuera con él. Anecdótico el nuevo batacazo del gran fichaje militar. En Zaragoza se quedó sin escaño. Iglesias lo puso en Almería, y en Almería sucedió lo mismo que en Zaragoza. El general no tiene quien le vote, con «uve», que con «b» de botar, está botadísimo. En Madrid, la Capital, gracias a la sabia gestión municipal de Manuela Carmena y sus huestes imputadas, Podemos ha perdido más de 105.000 votos. Descenso también el de Rivera y sus Ciudadanos. Consecuencia de su frágil unión con Sánchez. Por lógica, si uno se lía con el que pierde, pierde más que el perdedor aliado. Ciudadanos nació para cubrir un espacio de centro europeísta, constitucional y civilizado. O vuelven al redil, o en la próxima cita electoral van a saltar del naranja al amarillo. Y el PP se ha marcado un vals. No podrá gobernar en solitario, pero 137 diputados son muchos para obstruirle su proyecto de Gobierno. Más aún cuando aventaja en 52 escaños al segundo partido, el PSOE feliz de los compañeros y compañeras, de los electores y electoras y de los andaluces y andaluzas, que por primera vez, han quedado segundos y segundas en Andalucía.
Con entusiasmo o pragmatismo, la ciudadanía ha votado a Rajoy y al Partido Popular, que tendrá la oportunidad de cambiar en el futuro y ser más exigente con la corrupción y su palabra dada. Pero, sin duda alguna, el PP ha demostrado ser mucho más serio que sus oponentes, y con un suelo de votos que sobrepasa el techo del resto de los partidos. Con los datos en la mano y ante los ojos, lo que escribo no admite el debate. Y gobernará el PP, pues de no hacerlo y obligar a acudir a los españoles a unas terceras elecciones, conseguiría la mayoría absoluta. Uno va hacia arriba y el resto, cuesta abajo.
Me quedo con la mirada del lelo que ha dinamitado al PCE y a Izquierda Unida, y con los ojillos irritados de Errejón. Me quedo con la estrategia de camuflaje de Borrell, escondido en las últimas filas de los aplaudidores de Sánchez, casi en cuclillas, para que no se le viera. Me quedo con el apasionado vacío de las palabras de Rivera, la divertida interpretación electoral de Sánchez, el monumental cabreo del jefe de los charranes, los gestos de sorpresa de los dirigentes del PP ante los resultados que no esperaban, y me quedo, sobre todo, aunque no merezca otro tratamiento que el anecdótico, con la expresión de pasmo del general que no tiene a quien le vote, como el desdichado coronel de García Márquez.
Y me quedo con el susto de Podemos. Confiaban en gobernar para dilatar el escándalo de su financiación irregular. Confiaban en mandar para negarse a dar explicaciones. Me quedo con el imaginado nerviosismo del compañero Verstrynge sentado ante el televisor en una de sus muchas casas, calculando sus tiempos y sus futuros, que pueden ser varios y diferentes.
El PP ha ganado. El PSOE, segundo a más de cincuenta escaños. Los populistas de Maduro y los antaño férreos comunistas perdiendo un millón de votos. Rivera en su dilema. Y de vuelta de Almería, de nuevo hacia la nada, el general que no tiene quien le vote.
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