Julián Redondo
El gol de Messi
Discurría la tarde futbolística entre aburrida y espantosa, anestesiada por la tremenda superioridad del Madrid ante el Éibar, y encrespada por el competídisimo horror que sufría La Rosaleda, a merced de dos equipos que corrían como posesos e incapaces de dar más de tres pases seguidos. En el Bernabéu volvió a marcar Cristiano, mojó Chicharito y Jesé desterró fantasmas. Triunfo de manual, sin sobresaltos.
En Málaga hubo más tensión que fútbol, que de esto, entre nada y poco. El despropósito alcanzaba tal magnitud que Kameni «marcó» el gol del Atlético –Griezmann no tuvo más que empujar el regalo del portero– y Torres el 1-1 malacitano. Llegó el descanso para olvidar el disparate e imaginar que la segunda parte no podía ser peor... Algo mejoró, por el empeño del Málaga en sumar tres puntos (Samu, 2-1) y por la atropellada reacción atlética por enderezar un rumbo que torció. De nuevo Griezmann, auxiliador. Como el martes no cambie de registro contra el Madrid, será innecesario el partido de vuelta de la «Champions» porque su única misión de aquí al final de temporada será defender el tercer puesto.
Se ponía el sol sobre el Sánchez Pizjuán, que presagiaba emociones fuertes y un partido hermoso. El Barça saltó el muro con el arte que Sevilla merece, apeló a su calidad, a sus recursos y al gol, siempre el mismo gol, idéntico, calcado, marca registrada, de Messi. Neymar se sumó a la fiesta de un encuentro que parecía tener sólo un color, hasta que la raza y la fe sevillistas y el zapatazo de Banega desconcertaron al líder, que trataba de jugar a lo mismo, ya no tan seguro. No desfalleció el anfitrión, buscó al menos el empate y lo encontró. El Madrid lo celebra.
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