Alfonso Ussía
El héroe Simancas
Paseaba don José María Pemán con Jean Cocteau por las callejuelas de Córdoba. Patios abarrotados de tiestos floridos en sus paredes.
A Cocteau le afloraban de sus ojos lágrimas de gratitud. Agradecimiento por la belleza y armonía que Pemán le mostraba. De repente, Cocteau agrió su rostro. «¡Huyamos, Pemán, que han sido capaces de llegar hasta aquí!». Habían enfilado un callejón en el que había un bar, y del local surgía un reclamo publicitario de «Coca-Cola», ése que en las noches se iluminaba con tubos de neón. Lo confuso del caso es que al sentarse a tomar el aperitivo en la terraza del hotel de «La Arruzafa», que domina desde su púlpito de antesierra toda la extensión de Córdoba, Pemán le pidió al camarero una copa de fino y Jean Cocteau, una «Coca- Cola». «Tenía mucha sed», sentenció.
Cocteau no pretendió con su precipitada fuga de las callejuelas cordobesas declararle la guerra a la «Coca-Cola». Simplemente, no le gustó que en aquella maravilla de piedras antiguas y flores estallantes destacara su publicidad. Prueba de ello es que consumió una «Coca-Cola» para mitigar su sed. Para mí, que la actitud de Jean Cocteau fue consecuente. Cada cosa en su sitio y en su momento.
Me admira la arrogancia de Rafael Simancas, el diputado del PSOE que declaró durante tres minutos la guerra a «Coca-Cola». Tres minutos de admirable batalla contra la multinacional, que fueron los que tardaron en reaccionar los dirigentes de su partido para desmentir la declaración de guerra. Todo texto de desmentido y desautorización tiene diferentes lecturas. El del PSOE estaba claro: «Bobadas de Simancas. Discúlpenlo. Es así».
A Simancas se le ha subido el fracaso a la cabeza y no quiere aceptar su condición de secundario. Como escribió no se sabe quién, ignoro en qué cuestión empleará actualmente su polifacética incapacidad. Se trataba de defender la continuidad laboral de un grupo de trabajadores de «Coca-Cola» avisados del despido. Y aplaudo que Simancas los defienda. Y aplaudiría aún más si «Coca-Cola» recapacita y no los pone en la calle, que tenemos nuestras calles excesivamente angustiadas de personas y familias enteras sin trabajo. Pero esa declaración de guerra sólo la puede emitir un ególatra del carajo de la vela. «A partir de hoy, ningún parlamentario socialista consumirá "Coca-Cola"». Y claro, tres minutos más tarde se vio obligado a rectificar y a reconocer su «error».
Simancas fue un luchador. Pudo gobernar en Madrid después de perder con amplitud unas elecciones. Contaba con el apoyo de Izquierda Unida, que le ofrecía el escaño necesario. Por deferencia a ese apoyo, Simancas anunció un Gobierno, en el que a cambio de ser el presidente le entregaba las principales consejerías a los comunistas. Y vino lo que vino, que fue bastante gordo. Repetidas las elecciones, Esperanza Aguirre revalidó con holgura su mayoría absoluta.
Pero Simancas, y de ahí mi admiración, no se arrugó. Es uno de esos hombres bajos de estatura con cara de altos. Los socialistas no toleran los fracasos continuados, y lo sustituyeron por Tomás Gómez, el «Invictus» más vencido de la breve historia de la autonomía de Madrid. Y a Simancas le buscaron un acomodo, por aquello de su tenaz persecución de cualquier inconveniente. Un acomodo con la condición de que no hablara, pero a los héroes no se les imponen límites ni fronteras.
Ni más ni menos que el hombre que declaró en solitario la guerra a «Coca-Cola». Afortunadamente, incruenta.
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