Carlos Rodríguez Braun
«El hombre eterno»
«The Everlasting Man» es un notable ensayo que G.K.Chesterton publicó en 1925 para explicar el viaje espiritual de la humanidad. Entre sus muchas dimensiones dignas de análisis, me limitaré a dos: América y la economía.
En el primer campo, Chesterton observa que los críticos de la civilización central, que es la europea, tienen el curioso hábito de no sólo «cumplir con su legítimo deber al condenar sus crímenes, sino de esforzarse al máximo en idealizar a sus víctimas; así, siempre suponen que antes de la llegada de Europa no había nada en ninguna parte que no fuera el paraíso terrenal».
Recuerda «Songs before Sunrise», una colección de poemas que Algernon Charles Swinburne publicó en 1871, y donde habla de la conquista de América por parte de los españoles, mencionando los pecados de los hijos de España «dispersos en tierras sin pecado». Dice Chesterton que entiende perfectamente que se hable de los pecados de los españoles, pero no entiende en absoluto que se califique a los pobladores de América como seres sin pecado: «¿Por qué supuso Swinburne que ese continente estaba poblado exclusivamente por arcángeles o santos del cielo? Sabemos que los sacerdotes sin pecado de ese pueblo sin pecado adoraban dioses sin pecado, que aceptaban como el néctar y la ambrosía de su risueño paraíso nada más que sacrificios humanos incesantes acompañados de torturas espantosas».
En economía, sin embargo, el gran escritor inglés se apunta a la corriente dickensiana que identifica la libertad como un medio, y, así, habla de «los utilitaristas de la Escuela de Manchester». Esta es una de las explicaciones de la hostilidad de muchos cristianos al liberalismo: lo ven como la divinización de un mero instrumento. Y de ahí las críticas al materialismo, el consumismo, el «Dios dinero», y demás referencias a la economía, que ven como la encarnación del frío, implacable y calculador señor Thomas Gradgrind en «Tiempos difíciles».
Chesterton desmonta la teoría materialista de la historia, pero la identifica con una estrecha visión de la realidad conforme a la cual la política y la ética no son más que expresiones simples de los intereses económicos: «Las vacas pueden ser puramente económicas, en el sentido de que no las vemos hacer otra cosa que pastar y buscar mejores pastos: de ahí que leer una historia de las vacas en doce volúmenes no resulte algo muy animado».
Este enfoque de las cosas, aunque sirve desde luego para denunciar a los «secos pedantes» que todo lo reducen a la economía, y para criticar los reduccionismos más absurdos de la teoría neoclásica, no refleja ni la complejidad de los seres humanos reales ni lo que la economía realmente ha hecho al menos desde que Adam Smith escribió «La teoría de los sentimientos morales».
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