Martín Prieto
El hombre tranquilo
Se recomienda visionar «El hombre tranquilo», el mejor clásico del gran John Ford, con la excepción de «La diligencia», en la que corporiza el elenco que daría vida al «Western», y la trilogía sobre la caballería. El calificativo de Ford fue «quiet» –que puede ser traducido al español como tranquilo pero que en inglés subsume la acepción de pacífico–, porque el personaje de Sean Thanton (Johyn Wayne), habiendo matado a otro púgil, rehúye con paciencia y prudencia las estériles reyertas que le proponen sus paisanos irlandeses. Esa tranquilidad de Mariano Rajoy le resta comunicación, a lo que suma que la beligerancia política la reduce a asuntos estatales como la unidad de los españoles y la estabilidad necesaria para transitar el último tramo de la crisis. No hace falta poseer la objetividad y la cultura histórica del periodista Puigdemont para sentirse atronados por el guirigay del resto del liderazgo nacional en este Aleph, punto en el que coinciden todos los puntos. El Rey acabará con la cabeza caliente tras una primera ronda de conversaciones en las que le expondrán combinaciones para enderezar la fractura electoral, pero o gran coalición PP-PSOE-Ciudadanos, o Frente Popular con balcones al secesionismo, o elecciones anticipadas que es lo que busca Podemos & Sucursales. Una coalición social-conservadora ni es contra natura, ni extraña a democracias europeas más experimentadas que la nuestra. No hace falta abarrotar el Consejo de Ministros, donde sobran asientos, sino pactar una horquilla de mínimos y máximos legislativos para completar una legislatura tranquila, pacífica y para el exclusivo provecho de todos los españoles, incluidos los que quieren volar el sistema. El Aleph es Pedro Sánchez, cuyo terco funambulismo no le ocultará que sus más próximos echan cuentas de cuántas elecciones harán falta para que el PSOE pase al Grupo Mixto o tenga que pedir diputados prestados para formar bancada propia, escenario más catastrófico para el país que la cuota institucional de Podemos. Escrito sea con el respeto que ambos merecen, Pablo Iglesias empareja con Santiago Segura: nacen como figurones televisivos, desarrollan propuestas cinematográficas o políticas de bajísima intensidad para ampliar al máximo sus espectadores o votantes, y hasta engordan o adelgazan su físico a conveniencia del guión o pasan de obesos ideológicos a anoréxicos oportunistas con la taquilla o el poder como único objetivo. Sánchez puede estimar que Iglesias sería un socio leal, moderado en sus ambiciones de Sah de todas las izquierdas, sin advertir que para el núcleo de Podemos tranquilidad viene de tranca.
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