Alfredo Semprún

«El islam, por encima de la democracia y la libertad»

En Mauritania se acaba de dictar la primera condena a muerte por apostasía desde la independencia del país, hace medio siglo. El reo, un ingeniero de 29 años llamado Mohamed Cheik Ould Mohamed, cometió el error de buscar en las enseñanzas de Mahoma y en la historia de los primeros años del islam, los de la conquista y expansión, argumentos contra la discriminación secular que padecen los de su casta, los «sounaa», que ocupan en la sociedad tribal mauritana un puesto inferior al de los esclavos. Los «sounaa» descienden de los trabajadores del metal, los herreros, y tienen fama de cenizos, vamos, que son los gafes del desierto. No importa si cambian de oficio o de ciudad, el estigma del trabajo manual es inextinguible. Obligados a casarse entre ellos, sus apellidos les delatan allí donde radiquen. El caso es que el joven Mohamed se atrevió a publicar una serie de artículos en internet en los que, farragosamente, planteaba diferencias entre religión y religiosidad, afirmando que la segunda era obra del hombre, y por lo tanto falible, y que el baldón sobre su pueblo no podía justificarse en las enseñanzas del profeta. El texto, en francés, lo tienen en la red. Basta con poner el nombre del condenado en el descriptor para encontrarlo. En principio, aunque lego en la materia, no me parece que haya causa de apostasía. Tal vez, buscando mucho, algo de irreverencia al interpretar la legitimidad de los tributos impuestos a los distintos pueblos conquistados. Incluso el juez instructor apreciaba simplemente «ligereza al hablar de Mahoma y de sus compañeros», pero, por lo visto, entre los creyentes mauritanos el asunto había caído como una bomba. El presidente de la República, en la que rige la sharía, Abdel Aziz, tuvo que asegurar antes del juicio que se tomarían todas las medidas necesarias para defender el islam y a su profeta y no tuvo empacho en soltar esta perla: «La Justicia hará su trabajo, pero estad seguros de que el islam está por encima de todo, de la democracia y de la libertad». Y el jefe del partido islamista moderado, Jemil Mansour, lo rubricó con un «es un criminal y tiene lo que se merece». Así el ambiente, el primer abogado defensor renunció al trabajo y los que le asignaron de oficio se han limitado a subrayar el arrepentimiento del reo, dando por hecho el pecado cometido. La sentencia a la pena capital fue recibida con manifestaciones de júbilo por todo el país. En Nouadibuu y en Nuakchot, las avenidas se llenaron de gentes felices y los automovilistas saludaban la buena nueva tocando el claxon. Si han leído las crónicas contemporáneas sobre las juergas populares que se montaban en España cuando la Inquisición anunciaba espectáculo en el quemadero, se harán cuenta. Aunque tanto entusiasmo no deja de ser sospechoso y cabe preguntarse si todo hubiera sido igual de no pertenecer Mohamed a la despreciada casta de los «sounaa», lo cierto es que la sharía está recobrando plenitud a lo largo y ancho de todo el mundo musulmán, pero en su versión más extrema, lo que no es, precisamente, una buena noticia. Durante esta Navidad, gracias al Papa Francisco, han cobrado protagonismo los cristianos perseguidos de Oriente Medio, expulsados de sus hogares ancestrales, a los que les será muy difícil regresar, entre otras cosas, porque pasarán generaciones antes de que puedan volver a confiar en sus vecinos musulmanes. Una comunidad que, desde la desaparición del imperio turco, siempre ha tratado de mantener un perfil bajo, aun cuando fueran las potencias occidentales las que dominaran el cotarro. Pero ya lo ha dicho Abdel Aziz. Si el islam está por encima de todo, de la libertad y la democracia, también por encima de la historia, la lealtad y la vecindad de siglos.