Papeles de Panamá

El itsmo de Alí Babá

La Razón
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En el imaginario popular, los ricos son tacaños. Nadie tiene claro si Ebenezer Scrooge, el millonario del «Cuento de Navidad» de Dickens, inspiró a Jean Paul Getty o fue al contrario. Es fama que Getty instaló teléfonos de moneda en su casa. Cuando secuestraron a uno de sus nietos se negó a pagar hasta que le enviaron una oreja en un sobre. Incluso entonces negoció el secuestro a la baja. De los 17 millones iniciales bajó a 2,2, la cantidad máxima que podía deducir ante el fisco. De paso, le prestó la guita a su hijo al 4,4% de interés. Es posible que el caso de Getty sea extremo, pero tras varios días de vagabundeo por Panamá doy fe de que aquí los ricos también cuentan hasta el último real.

Kevin Harrington, el único milloneti del país que debe de creer en el Estado de Derecho, denunció al exclusivo Club Unión, del que es socio desde la cuna, porque exigió que le hicieran el descuento de jubilados. Escandalizó a la alta sociedad panameña, ésa que en la intimidad habla inglés como los tíos de Nabokov lo hacían en francés. Pero la revuelta que tiene a los políticos cacareando es la del dinero offshore. Tras la quiebra de la omertà, ¿qué pasará con el negocio? Hay capitales que, al igual que las cucarachas y los vampiros, aborrecen la claridad. En el país que dio nombre a los Mares del Sur, a mitad de camino del reloj de cuco y la jungla del Darién, caen bombas.

Apuesto a que más de uno añora los tiempos del general Noriega. Los recordaba ayer el economista Carlos Guevara Mann. Sentados junto al parque Andrés Bello me habló de los ochenta, cuando cada semana aterrizaba en el aeropuerto de Tocumén un avión de Colombia cargado con toneladas de dólares. Al borde de la escalerilla, los blindados del ejército panameño, listos para escoltar la guita hasta el banco nacional. Hablábamos muy cerca de la Cinta Costera, un paseo marítimo que hubiera enamorado a Jesús Gil, y al que los lugareños han rebautizado como la Cinta Coimera (por la coima, o dinero con el que se unta a un funcionario).

El dolor de Carlos palidece frente al de Julio Manduley, intelectual insobornable, de los del viejo topo, con empaque de Federico Luppi en una cinta de Adolfo Aristarain. Suyos son algunos de los artículos y libros más duros sobre los biorritmos de la mafiocracia que gobierna el país. Su obra es la vivisección del monstruo. También maldice Rolando Rodrí-guez, periodista de los de bloc en mano, que ha colaborado en la investigación desde el diario «La Prensa». Rolando comenzó a fijarse en Mossac & Fonseca cuando a finales de los noventa descubrió que vendían sociedades anónimas desde Niue, bautizada la Isla Salvaje por el capitán Cook; población, menos de 5.000 habitantes. A Rodríguez lo pasean por internet los perros del odio y los mariachis de la patria. Los mismos que consideran un traidor al profesor Manduley. Ya saben. Judas es quien rechaza boleto en la orgía. Inapetente ante el fulgor del oro. Pepito Grillo frente al cortejo de las moscas.