Cristina López Schlichting
El jurado
Qué pena esta manía pro americana, este afán de importarlo todo de Estados Unidos, hasta el jurado. Allí esta institución tiene su gracia y su razón de ser, porque un pueblo joven, nacido de la caótica emigración europea, no podía confiar en tradiciones o instituciones inexistentes. Los pioneros americanos tenían que defenderse a sí mismos (por eso la manía con las armas), elegían a sus «sheriffs» y juzgaban en comandita. A ver qué remedio. Nada de eso es preciso en Europa, donde la democracia es vieja como Grecia, la Ley antigua como Roma y la división de poderes, un invento de Montesquieu. Aquí no tenemos que defendernos ni de los indios ni de nada. Aquí el sistema legal se fundamenta en la Constitución y las leyes, el saber de los jueces y la separación de poderes. ¿Qué añade el jurado? Votaciones y caos. Inexperiencia y confusión. Emociones frente a razonamientos. A mí, que no me llamen, que yo no he estudiado para eso. No quiero ni puedo ponerme en la piel de los que deciden la culpabilidad o inocencia de alguien como José Bretón. Imposible ser libre frente a la presión de las familias, vecinos, medios de comunicación. Inabordable pensar en términos legales y olvidar el luto por los dos niños bárbaramente quemados. A mí, si me dejan, me tiro a su cuello: ¿cómo narices voy a juzgarlo? Lo raro es que los partidarios del jurado son casi siempre de izquierdas, gente convencida de que votando, todo es más democrático. Qué ceguera.
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