Julián Redondo

El lobo es el Barça

Sin ánimo de enredar, o con él, Platini dijo que los árbitros no deberían expulsar al infractor en ocasión manifiesta de gol y Fernández Borbalán siguió la consigna al pie de la letra. Erró. El reglamento no recoge aún hoy el deseo del presidente de la UEFA, luego Eriksson acertó al echar a Demichelis, el fichaje más rentable del Atlético –llegó gratis y un mes después se fue por 5 millones–, penúltimo defensor (tras él, el portero) que zancadilleó a Messi cuando enfilaba hacia la portería. La duda es si la falta fue dentro o fuera del área. El árbitro no titubeó, Leo marcó desde los once metros y el Manchester City jugó con uno menos. Empezó otro partido, con la eliminatoria claramente favorable al equipo blaugrana.

Lo apriorístico en fútbol es una invitación al equívoco. Halcones y palomas comparten un espacio que los goles delimitan, cuando se descubre al lobo con piel de cordero. Durante 25 minutos el City se dejó envolver por la caricia del Barça, que llevaba la pelota de un lado a otro como si el griterío del Etihad fuera el vals de las olas. Posesiones largas; el anfitrión, recogido atrás; el visitante, como en su casa. Perro ladrador y sin colmillos. Sólo amenazas que Hart, uno de esos porteros ingleses que desde Shilton y Clemence tienen más planta que cualidades de cancerbero imbatible, veía en la distancia. A priori, la posesión iba a ser determinante; el Barcelona maneja mejor esas armas y esos tiempos. Con Messi, curado de todas las heridas, incluidas las del alma y las de Hacienda, el peligro, aunque azulgrana, no cuajaba. Espabiló el City, tarde, sin puntería, y la defensa, su punto débil, volvió a traicionarle en el 0-1, no en el 0-2 de Alves, lo más parecido a la puntilla.