El desafío independentista
El mejillón belga
Para que no haya el mínimo resquicio a la duda y antes de empezar: Bélgica es una mierda. No hablo desde el rencor u obnubilado por fobia personal alguna, porque mi relación con los belgas es casi tan antigua como sentimental. Mi padre, que era ingeniero, fue de aquellos estudiantes que tuvieron que graduarse en Lieja, cuando la II República expulsó a los Jesuitas y las turbas incendiaron el edificio del ICAI. De niño, al lado del Capitán Trueno, tuve como ídolo al Padre Damián y hasta soñé con hacerme misionero tras leer las peripecias del cura flamenco dedicado a los leprosos.
Me acuerdo como si fuera hoy del día en que una española llamada Fabiola se casó por todo lo alto con Balduino y se convirtió en reina de los belgas. Entre los ciclistas, pocos me han gustado tanto como aquel «caníbal» llamado Eddy Merckx, que igual ganaba en la montaña, que en el llano o los sprints. Soy un fanático de los mejillones al estilo de Bruselas y considero Brujas una de las ciudades más bellas del mundo. Pues a pesar de todo, me reafirmo en que Bélgica es una porquería: un estado en permanente fractura, lastrado por el separatismo y refugio ideal para facinerosos de todo pelaje y que no puede darnos lección alguna. No es casual ni gratuito que el prófugo Puigdemont haya escogido como guarida ese pringoso escenario, como lo elegían los asesinos de ETA. Tampoco que tenga el mismo abogado que contrataban los terroristas. Escuchar al ministro de Interior, un separatista flamenco llamado Jan Jambon, decir que España ha ido demasiado lejos en su respuesta al reto catalán, me deja frío pero me cabrea que desde esta UE que tanto alabamos, no haya salido ya la autoridad competente a recordarle que debe meterse la lengua donde le quepa. El golpe de Estado perpetrado en Cataluña se ha construido sobre un enorme cúmulo de mentiras, que han difundido como si fuera el Evangelio las escuelas, universidades, periódicos, radios y televisiones autonómicas catalanas. No es extraño que los sediciosos, los xenófobos cegados por el fanatismo que auguraban una República Catalana con ríos de leche y miel respaldada por la comunidad internacional, se aferren a sus patrañas. Tampoco la memez del molusco Jambon. Lo grave, lo ruín es que aquí abunden periodistas y políticos dispuestos a dar pábulo a esa basura y prosperen medios de comunicación capaces de llevar como expertos, para pontificar, a ex secuestradores etarras y ex jueces prevaricadores.
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