Cristina López Schlichting
El misterio de Fátima
Qué mal nos viene la muerte. A medida que se hace uno adulto menudean los fallecimientos y no hay vez que acudir al tanatorio no desafíe la agenda. Hay algo de libertad salvaje en la forma en que la noticia obliga a cambiar los planes personales y a intercalar una misa o un abrazo o una conversación donde no contábamos con ello. Como si el curso de la vida –y su final– desbaratase los planes ridículamente rígidos del ejecutivo que todos llevamos dentro. La gente se muere cuando le viene en gana y está muy bien que se nos recuerde que no mandamos nosotros, que no elegimos nuestro destino, que dependemos.
Esta imprevisibilidad de los acontecimientos más importantes (un enamoramiento, el nacimiento de un hijo, una enfermedad o una curación, la muerte) salvaguarda el misterio de la existencia, la resguarda del mecanicismo. Me llama la atención que lo que verdaderamente importa a las personas, lo que les hace reír y llorar y les conmueve en definitiva, acontece cada vez más al margen de las informaciones de los medios de comunicación. Un ejemplo trágico: en la semana en que los medios pautábamos la atención sobre las elecciones francesas y la discusión interna del PSOE, la terrible muerte en un ascensor de dos chavales de 17 años nos ha quitado la respiración. ¿De qué se habla en los bares? De este suceso que nos revela la fragilidad de la existencia, que pone un interrogante sobre el tiempo del que supuestamente disponemos o creemos disponer.
Los mortales, distraídos a menudo por el smartphone y el fútbol, rodeados de los gritos televisivos y las ráfagas constantes de telediario, conservamos una última conexión con lo impredecible, que aflora una y otra vez. Una de estas cosas asombrosas es que en Fátima, este próximo sábado día 13 de mayo, se esperan millones de personas, millones. La explanada del Santuario tiene capacidad para 400.000, pero ya hace 50 años fueron muchos más los que se extendieron hasta las carreteras circundantes. Esta vez se repetirá el fenómeno. Sin que anuncien nada las televisiones, sin presión mediática, en contra de los valores de moda, cientos de miles de peregrinos se han puesto en marcha para una cita silenciosa en un pueblo perdido de Portugal. Se cumplen cien años de las sorprendentes apariciones de la Virgen y el famoso «baile del sol» y el Papa Francisco canonizará a los dos pastorcillos más jóvenes, Jacinta y Santiago, fallecidos en plena niñez, como anunció la Señora. Mucha gente considera que es buen momento para rezar y pensar. ¿Por qué? ¿Cómo es que tanta gente se preocupa por este aniversario? No lo sé exactamente, pero intuyo que la mayor parte de estas personas están alerta ante la vida y se preguntan por el significado de las cosas. No se dejan guiar por lo políticamente correcto. A ellas el amor y la muerte no les deja indiferentes. El Misterio de Fátima les interroga aunque no esté en las previsiones televisivas.
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