Enrique López
El motín de la trucha
El Motín de la Trucha, además de darle nombre a una calle y un restaurante de Zamora, fue una de las revueltas burguesas que se produjeron en el norte de la península durante el siglo XII; consistió en que en el mercado de la villa, un pescadero estaba vendiendo la última trucha del puesto a un zapatero, y tras irrumpir en el puesto el criado de Gómez Álvarez, noble de la villa, pidió para sí la compra del pez, alegando su preferencia como consecuencia de un supuesto privilegio nobiliario. La situación originó una airada discusión que congregó a una gran parte del público asistente al mercado, la mayoría partidaria del zapatero, el cual finalmente se llevó la vianda; los nobles decidieron apresar a los líderes del tumulto y se reunieron en la iglesia de Santa María para decidir las medidas a tomar, ante lo cual los ciudadanos, temerosos de las represalias, encerraron a los nobles en la Iglesia, y prendiéndolo fuego causaron la muerte de todos; al final todo concluyó con un acuerdo entre los amotinados y el Rey de León. Hay que ver lo que una simple trucha aderezada con injustos privilegios, y servida en un buen plato de lucha de clases, causó. Qué poco distan, a buen seguro, el discurso de los amotinados con narrativas que en estos momentos se están reproduciendo en España, eso sí, sin injustos privilegios y sin una lucha de clases que algunos intentan revivir, esperemos que con poco éxito. Lo que sí es cierto es que las cosas se sabe cómo comienzan, pero casi nunca cómo terminan, y así, por ejemplo, una revolución burguesa en la Rusia zarista de 1917 terminó en un octubre rojo, que, pasado por Lenin, y tras el triunfo de Stalin, forjó una de las tiranías más sangrientas y terroríficas que el mundo haya conocido desde los tiempos de Tamerlán. El partido comunista bajo la mano de Lenin estableció un terror que se mantuvo hasta la década de los ochenta, eso sí, como en la célebre parábola de los hermanos Karamazov de Dostoievski, sustituyente a Cristo por el Gran Inquisidor. Marx pensaba que las contradicciones e injusticias del capitalismo determinarían por sí mismas mayorías revolucionarias, pero no fue así, y por ello Lenin prescindió de la democracia y creó la estrategia revolucionaria, concibiendo un partido político como una organización de disciplinados revolucionarios profesionales cuya primera función era educar, con crueles e inhumanas lecciones, a las perezosas masas en el comunismo; para ello se valió de una revista denominada «Iskra» («La Chispa»). Sirvan estos relatos históricos para reforzar nuestra creencia en la democracia, y en el actual sistema donde lo que se trata es de evolucionar y no de revolucionar, siempre desde el sistema y aceptado las reglas del sistema. Las banderas de la libertad, igualdad, justicia y solidaridad son de todos, y ya no pueden ser enarboladas de modo revolucionario por parte de nadie, porque, además de estar mintiendo, se están apropiando de una gran obra colectiva universal por la que muchos derramaron su sangre de verdad; pero no olvidemos lo que puede causar un pleito sobre una triste trucha.
✕
Accede a tu cuenta para comentar