Cristina López Schlichting
El muelle
El muelle es el último juego sexual de los jóvenes, llegado al parecer de Medellín (Colombia), donde una joven refirió haber quedado embarazada practicándolo. Los chicos se estimulan hasta alcanzar la erección y las chicas van dejándose penetrar sucesivamente o sentándose sobre ellos. Pierde el chaval que primero eyacule y gana quien más aguante. Las sesiones suelen ir precedidas de consumo de alcohol y drogas y no se usan preservativos. Hay referencias de que se ha introducido en la Comunidad de Madrid, pero no es ni mucho menos una plaga. Es precisa una mezcla letal de ignorancia médica y amoralidad absoluta para practicarlo.
Lo que sí es este «muelle» es una alarma sobre la promiscuidad sexual entre los jóvenes. Y aquí sí tenemos cifras. En el hospital de La Paz han pasado de atender dos casos anuales de enfermedades venéreas en adolescentes a registrar diez menores por trimestre. Los venereólogos alertan de la multiplicación del VIH, la hepatitis C, la sífilis, gonorrea, el virus del papiloma humano. Cada vez más gente joven recibe en las urgencias grandes dosis de antibiótico inyectado para hacer frente a enfermedades de transmisión sexual.
Es la punta del iceberg de una realidad que configura el día a día de muchos padres y madres preocupados porque sus hijos mantienen relaciones desde los catorce años y cambian de pareja varias veces al año. Que un joven experimente impulsos sexuales potentes es completamente normal, pero que esté inerme ante ellos no lo es tanto. Sin frenos morales internos y en una sociedad que ha hecho del juego sexual un leitmotiv, el adolescente es un barco a la deriva.
Venimos de épocas lamentables donde el sexo era considerado una guarrería y las personas crecían sin información, pero quizá es hora de abrir un debate sobre la banalización del cuerpo y la persona que estamos padeciendo. El adulterio y las relaciones sexuales inmediatas y promiscuas entre adultos se han puesto a la orden del día. Las redes sociales e internet han hecho fácil lo que dificultaban las convenciones sociales y tal vez sea el momento de quitarnos las caretas de la hipocresía y reconocer que en España se da uno de los mayores negocios de prostitución del mundo, que ha crecido por todas partes una red de hoteles para sexo usados también por solteros y «singles», que el consumo de pornografía está muy generalizado y que hoy en día los adultos se conocen y se acuestan inmediatamente. ¿Cómo impedir pues que los adolescentes no se confundan? ¿Por qué iban a refrenar unos instintos que resulta penoso controlar? Ellos, que están ávidos de sensaciones y carecen de grandes ideales (porque los adultos no hemos sabido vivirlos) hacen lo que su naturaleza física les pide. De veras sería interesante explorar modelos de países más sanos socialmente e intercambiar ideas. Algo hemos hecho mal. Quizá sea el tiempo de recuperar el respeto a la inocencia. Detrás de un cuerpo hay un ser humano que cambia cada vez que lo usan. Y no necesariamente para bien.
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