Cástor Díaz Barrado

El nacionalismo que viene

El nacionalismo carece de perfiles en la consecución de sus objetivos puesto que supone una afirmación estática de la identidad nacional, aunque ésta no exista. La pretensión de los nacionalistas es recortar lo universal. Eso sí, los nacionalistas siempre avanzan y nunca retroceden y, con seguridad, dejan una huella indeleble en las sociedades en las que gobiernan. Los ciudadanos tienen menos derechos en sociedades impregnadas por nacionalismos porque nadie puede situarse fuera de la identidad local. Impera lo nacional y lo que las élites nacionalistas interpretan como propio. La sociedad internacional debe caminar, sin embargo, en dirección contraria. Lo internacional y lo universal es lo que puede proporcionar bienestar a los ciudadanos y lo que permite el ejercicio pleno de los derechos. Hay que convertir lo internacional en un sentimiento y en una necesidad y propagar las ventajas de la universalidad. El debilitamiento del estado es necesario para el presente y para el futuro por lo que habría que rechazar la disgregación de los estados y procurar su integración. A duras penas el mundo camina hacia la unión, enfrentándose a las tesis nacionalistas. Todos los nacionalismos tienen elementos comunes porque no reconocen una concepción evolutiva y dinámica de la identidad. Los perjuicios que se derivan del triunfo de las tesis nacionalistas son evidentes a lo largo de la historia y cuanto más nacionalismo menor bienestar. Europa debe apostar por lo universal y por un grado de integración cada vez mayor. La Unión Europa debe marcar el ritmo de la «desaparición» de los estados. No importa que se diluyan los rasgos que definen las identidades nacionales en Europa. Afirmar la vocación europeísta es lo fundamental. La democracia y la educación son las mejores armas para combatir a los nacionalismos y evitar la disgregación. Lo «local» resulta atractivo en tiempos de crisis puesto que ofrece seguridad y ahuyenta el miedo pero impide cualquier avance y genera, a la postre, inestabilidad. Lo cotidiano debe ser lo universal y no lo «local». Con más de cuarenta estados, Europa encuentra dificultades para constituirse en un ejemplo de universalidad. Cada crisis en Europa provoca el surgimiento de nuevos estados y un nuevo triunfo de la disgregación. Desde 1989, el número de estados en Europa se ha incrementado significativamente. Ha llegado el momento de hacer irreversible la integración y no retroceder en sus avances. No podemos privar a las generaciones futuras de los derechos que supone la integración. Nadie, ningún ser humano, puede ser despojado de su carácter universal. Lo universal es nuestra identidad más profunda.