Restringido
El nombre de las cosas
Entusiasmo no, pero si cierto alivio. Mentiría si dijera que el anuncio de que Pedro Sánchez y Albert Rivera habían cerrado un pacto, no atenuó la angustia que me generaba imaginar a Pablo Iglesias de vicepresidente, Iñigo Errejón en Interior, Vicky Rosell en Justicia y Xavier Domènech mangoneando un flamante Ministerio de Plurinacionalidad.
En pura lógica, que el PSOE firmara solemnemente con Ciudadanos un acuerdo tan etéreo que hasta el PP podría con esfuerzo suscribir, hacía imposible que Sánchez, si fracasaba como fracasará en su investidura, pudiera retornar a las andadas. Con qué cara podía el ambicioso líder socialista echarse otra vez en manos de Coleta Morado y compañía. Pues con la suya, porque entre las virtudes de la «nueva política» no están la sinceridad o la coherencia.
Todo ser humano tiene derecho a cambiar de opinión, pero lo de algunos roza la acrobacia. Basta echar un vistazo a la hemeroteca, al archivo de Youtube o al Twitter de Iglesias, Rivera o Sánchez. El que jamás entraría en un Gobierno que no presidiría, acepta incorporarse hasta de conserje y quien proclamaba que el otro era la ruina, nos lo vende ahora como el salvador.
Y lo asombroso no es el desparpajo, sino la impunidad con la que perpetran estas piruetas. Aquí no se votan programas, sino prejuicios. No hace ni dos semanas que el líder socialista al alimón con el podemita nos colaban en su «pack progresista» a los carlistones del PNV, los burguesotes de DiL, los antisistema de la CUP y hasta proetarras y volverán a meterlos antes de las elecciones del 26-J. Que ellos lo hagan para colarse en Moncloa, lo entiendo. Lo que no digiero es que la ciudadanía, incluyendo un sector del periodismo nacional, se trague semejantes sapos. ¿Es de recibo que Kichi de Cádiz se ausente de un homenaje a los presos políticos venezolanos? ¿Tiene un pase la indecorosa zapatiesta que montó Miss Aeropuertos Rosell para que le abrieran la sala de autoridades porque le irritaba hacer cola con la plebe? No, pero ni el respaldo de sus dirigentes a los verdugos chavistas ni las prepotencias de sus ministrables afecta a los votantes de Podemos.
Ellos, con mucha más intensidad que los de otros partidos, están en la «fase religiosa», en esa en la que todo es un acto de fe y en la que al de arriba le basta cambiar el nombre de las cosas, para que el de abajo acepte manso que ha cambiado su naturaleza.
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