Alfonso Ussía
El órgano violado
En el barrio de Pando, en Ruiloba, entre Ruilobuca y Concha, se alza un convento de monjas de clausura, carmelitas, que trabajan su huerta, piensan en los demás y rezan por todos. Menos de lo que quisiera, las visito. Ellas, detrás de la reja. No viven ajenas al mundo, pero les interesa conocer las opiniones de los que sufrimos en él. Son felices entre sus muros, sus frutos y su oración. Felices y alegres, todas sonrientes y entregadas al gran amor de sus almas, Amor con mayúscula, a Dios y por Dios. Desde Santa Teresa hasta hoy han cambiado algunas normas. En invierno, las monjitas mayores, abrigan sus pies con unos calcetines, y muy de cuando en cuando, tienen agua caliente. Sólo abandonan el convento, por órdenes del médico para acudir a una consulta o para votar en las citas electorales. Lo hacen a trescientos metros de sus muros, y vuelven a ellos para seguir rezando.
La Iglesia contemplativa, la de la oración, el abrazo a la pobreza, la humildad, la alegría, la renuncia a los bienes materiales, la Iglesia enclaustrada en el infinito, reza en conventos gélidos y deteriorados. Las carmelitas de Pando no guardan importantes obras de arte como en los conventos de las grandes ciudades, como Madrid o Sevilla. En Sevilla, en la calle María Coronel, rezan las clarisas en su convento de Santa Inés desde el año 1374.
Con la ayuda voluntaria de los sevillanos, las clarisas han restaurado una de sus joyas. El órgano que Maese Pedro acariciaba para llevar la música a los aledaños de Dios. El órgano se deja oír ahora con la limpieza y la belleza de los siglos pasados. No han recibido de la Junta de Andalucía ni un euro de subvención, ni una palabra de ánimo. Lo que sí han recibido de la Junta de Andalucía y de su consejero Vázquez Bermúdez es una notificación de multa. La Junta de Andalucía ha sancionado a las hermanas franciscanas clarisas del Convento de Santa Inés con 170.000 euros de multa por restaurar una obra de arte. De haberla destruido, Vázquez Bermúdez les habría felicitado. A Vázquez Bermúdez le gustan más las mezquitas y los mensajes de los mujaidines.
Siempre he manifestado mi cordial esperanza en la presidenta de la Junta, la socialista Susana Díaz. No entro en su política pequeña, sino en sus palabras mayores cuando el PSOE compite con los separatistas para resquebrajar España. Susana Díaz, en esos quebrantos ideológicos y acomplejados, no tolera un desvío. Es, o al menos lo era, creyente. Y creo que hago bien en permitirme una recomendación. Tiene que mandar a freír gárgaras, o a conllevar ánforas, o a su casa al consejero Vázquez Bermúdez, el que sanciona a unas monjas de clausura por restaurar el órgano de su convento sin gastar ni un euro de dinero público. Ni un euro, ni un bogavante, ni un ERE.
No entiendo el motivo de la multa. Y menos aún, la brutalidad y la violación de la cifra sancionadora. De haber sido el consejero de la Junta de Andalucía el magistrado del Tribunal Supremo que se la envainó con Carmen Forcadell, el incomprensible castigo a las monjas de Santa Inés sería de otra índole. Porque si ser parte activa y fundamental en un golpe de Estado independentista contra España, haber chuleado al Tribunal Supremo y al Constitucional desde la presidencia de un Parlamento autonómico, haberse pasado por el refajerío las advertencias de los letrados de su propio Parlamento, y haber declarado la independencia de Cataluña rubricando la declaración no son delitos merecedores de prisión incondicional y sí de una libertad con una fianza valorada en 150.000 euros –euros de todos los españoles, para mayor escarnio–, ¿cómo es posible que por restaurar una obra de arte con el apoyo de la iniciativa privada, sean sancionadas unas monjas ejemplares con 170.000 euros por un consejero mequetrefe y mezquitero?
No se trata de una imbecilidad más. Se trata de una perversidad, una cobardía y una inmundicia.
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