Iñaki Zaragüeta

El orgulloso hijo de Guardia Civil

Recibo impactado la noticia de la muerte de Alfredo Landa. Por más esperada que fuera por su estado de salud, la sentí en «lo más dentro del fondo de mi alma», como cantaba la gran Chavela Vargas y a la que tanto nos encantaba escuchar en nuestros días de México. Allí, durante unos meses, tuve la suerte de convivivir y conocer a un gran actor y, sobre todo, a una persona de bien. Tanto, que me dejó huella. De los artistas que he conocido, no demasiados, él fue único y sin doblez, ni por dentro ni por fuera. En la vida real era el mismo que toda España admiró en la gran y pequeña pantalla. El mismo que se proyectaba en «No desearás al vecino del quinto», en «Los santos incocentes» o en la serie de televisión «Lleno, por favor». Un genio de la interpretación, que triunfó sin doblar sus convicciones ante nadie.

Presumir de familia

Navarro, pamplonés, enamorado de San Sebastián y orgulloso de ser hijo de Guardia Civil, Alfredo presumió siempre de su familia, de su mujer Mayte. Alucinaba, allá a principios de los ochenta, de que alguien vendiera su vida privada: «Iñaki, ¿es normal que me ofrezcan dinero por acompañarnos en el viaje de las bodas de plata de nuestro matrimonio? ¿Qué pinta un fotógrafo con nosotros por esos mundos? Y esa vanagloria sólo era comparable con la de creerse el mejor jugador de mus. En eso no aceptaba bromas. Landa ha dejado huella más allá de su grandes cualidades. Su popularidad se funde para recibir el cariño universal de la gente. Sus gestos, sus palabras, eran los de todos. Genio, descansa en paz. Así es la vida.