Pedro Narváez

El pacto de San Mateo

La Razón
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Que tu mano derecha no sepa lo que hace la izquierda. Mateo 6.3. El apóstol se refería a que hay que dar limosna sea quien sea el necesitado. La cita bíblica, fuera de contexto, bien valdría para rubricar el acuerdo trilero entre Sánchez e Iglesias. O si prefieren, la célebre de Groucho Marx: «Estos son mis principios, si no le gustan tengo otros». Hay que suponer buena intención a los firmantes, pero visto negro sobre blanco el documento arrastra hacia la izquierda a los naranjas de centro aunque no lo suficiente, faltaría más, como para que la histeria de Podemos lo asuma. Iglesias quiere speed y le ofrecen un orfidal. El PSOE ha cortado un traje a la medida de la socialdemocracia clásica a la que Sánchez había dado la espalda en su pugna por ser más podemita que Podemos. Si luego le toca ennoviar a Iglesias hará magia para que le cuadren otras cuentas más radicales. Rivera se retrata, quién lo diría, como el Sr Lobo, que llega limpio a recoger la sangre derramada por los otros. Se ha hecho de la banda izquierda aunque quiere mantener la ambigua pulcritud de una ideología gaseosa que varía según se alarga la prórroga. El tiempo lo devora. Cuanto más largo es el camino, más se ensucia. Las ojeras se pronuncian. El efebo ha muerto.

Leído al detalle, en el documento, aparte del cáliz ideológico que cada uno tomará a diestra o a siniestra (queda dicho por dónde lo bebo), hay perlas que no superaría Rita Barberá. Un ejemplo: Sánchez y Rivera pactan prohibir el tráfico ilegal de armas. ¿Pero es que no estaba prohibido? Asumen que España tiene una de las menores presiones fiscales de los países del entorno. ¿Pero no sostenían que el PP nos había freído a impuestos? En algunas cuestiones, más que un programa diríase un chiste. Bajarán el IRPF cuando se pueda. ¿No era ése el mantra de Montoro durante toda la legislatura? Los imputados de Sánchez seguirían en sus puestos. La basura antigua socialista no computa para los Ciudadanos.

Rivera ha vendido una segunda transición con un corta y pega de la primera. Las medidas ya aprobadas por Rajoy se las podrían haber ahorrado por decencia. En este examen no vale copiar. Suspenso a los negociadores. Lo peor, sin embargo, de todo este primer acto, ha sido la vuelta al escenario de la cursilería. No se puede abrir un tiempo nuevo ante «Los abrazos» de Genovés, pervirtiendo a su antojo los símbolos de nuestra historia con el embrión de un folio. Una solemnidad que ni el Tratado de Maastricht. Todas las bodas devienen cursis y ésta no ha sido excepción. Faltaron los poemas de los amigos de los novios, ese momento vergüenza ajena, y la conga de Jalisco.