José Jiménez Lozano

El paraguas como certeza

Como supuestamente la condición de ciudadano lleva consigo la de filósofo, se nos pregunta de continuo a todo quisque qué es lo que opinamos sobre cualquier cosa, incluso si de antemano se sabe que no podemos saberlo. Y es un jueguecito simplemente.

Pero la democracia es un régimen de prevalencia absoluta del Derecho sobre el Estado y de separación de poderes, y de todo lo demás puede prescindir perfectamente, aunque, como es lógico, los asuntos ordinarios o importantes de la vida política y social, en cuya naturaleza no se juega verdad, justicia o maldad, quedan sujetos a la opinión mayoritaria.

Desde Sócrates para acá parece que a los hombres les importaban decisivamente la certeza y la justicia, y no la opinión, pero ahora mismo se nos presenta ésta como único garante de la tolerancia y la libertad, aunque, según Sören Kierkegaard, en una fórmula nunca invocada suficientemente, dice que la opinión universal es «el intento más infame de instituir la falta de conciencia como principio del Estado y de la humanidad; y una tentativa impía de hacer de la abstracción el poder absoluto», y ciertamente hemos podido comprobar cómo las meras opiniones pueden funcionar como absolutos y dictar y coaccionar tranquilamente. El Honorable Sir Francis Bacón pensaba que invocar el espíritu del tiempo era una idolatría y ponerse una venda en los ojos, pero ahora hay hasta tribunales que justifican sus decisiones en nombre de este espíritu, ya que hemos decidido que el pasado no tiene nada que transmitirnos, y parece que hemos olvidado que el espíritu del tiempo más el espíritu del pueblo dieron lugar a los dos grandes totalitarismos de ayer mismo.

Y podríamos, desde luego, evocar a todos los barruntadores de esta situación en el XIX y el XX, desde Dostoievski al Doctor Freud pasando por Baulelaire. La liquidación de todas las antiguas seguridades de la civilización ha sido analizada lúcidamente por Karl Löwit o Romano Guardini, y este último previó, además, la vuelta a la teoría y a la praxis de la ideología y las justificaciones intelectuales del Holocausto, mientras Peter Gay muestra toda esa terrible transformación y destrucción a través de las formas de vida y las realizaciones artísticas de aquel tiempo, y del nuestro. Y, sin entrar en muchas filosofías, podemos simbolizar todo eso en la honorabilidad artística que adquiere cualquier cosa, enseguida valorada por encima de una virgencita del Duccio, con tal de que magnifique la instintividad contra la cultura, e inaugure como gran estilo el pisoteamiento de lo hermoso, lo verdadero, y desde luego de la bondad humana, que sería igualmente una consideración subjetiva. Mientras la nueva arquitectura aniquila la concepción misma de casa, privada o pública, como punto de intersección de lo que viene de los padres y va a quienes vendrán después de nosotros. Parece que debemos ser nómadas o exilados y proletarios del espíritu que no tienen historia recibida y continuada que legar.

Se ha liquidado la confianza en la racionalidad y en su expresión lógica, y se ha arruinado cualquier posibilidad de fundamentación de la ética, salvo de algún modo ya muy avanzado en el darwinismo filosófico del nazismo: la eliminación de la debilidad.

Sin tener idea de su posible significado o de la ausencia misma de significado, se utiliza una jerga gnóstica incomprensible, que como del lenguaje del marxismo vulgar decía Kolakowski, es un eficacísimo instrumento para hablar de todo sin necesidad de estar al tanto de nada. Y, así, cada uno de los hombres de nuestro tiempo nombra la realidad a su manera, o la construye, y decide y justifica su comportamiento según una decisión propia que llama valor; de manera que el crimen seria una simple variante de lo que se llama creatividad personal.

Pero, de todas maneras, tampoco hay que ponerse en las últimas porque, cuando llueve, seguimos abriendo el paraguas, lo que supone que la lógica sigue funcionando; pero, si no se nos ocurriera abrirlo, la televisión nos avisaría de ello como una previsora abuelita. No hay que preocuparse.