Joaquín Marco

El paro juvenil

Los grandes números de la superestructura económica parecen mejorar y hasta las cifras del paro –el gran problema nacional– se estabilizan e incluso tienden a mejorar mínimamente. Pero los índices del paro constituyen una de las patas de la economía social. Lo que se observa a nuestro alrededor es una desesperanza que deriva de un generación frustrada, que desea trabajar y no puede. Se ha convertido en una generación invisible que contribuye a desestabilizar el sistema de una sociedad que no acaba de generar expectativas. ¿Qué hacer con los jóvenes que ni estudian ni trabajan, esos que calificamos con un humor negro de generación «ni-ni»? Son un semillero de problemas para las familias que hacen todo lo posible por insuflar esperanza sin ver clara una sola opción. Ingenieros hay, que han escapado de esta franja que alcanza los 25 años, que se ocupan en menesteres muy alejados de sus especialidades. Algunos se han convertido, sin proponérselo y sin vocación, en emprendedores. La tasa del paro juvenil en España, ligeramente superada por Grecia, es de un 57,4%, de los que el 29,6% son licenciados. La mayor parte de las familias están atentas a las calificaciones escolares del grado que sea, aunque algunas se impliquen poco en la marcha de los centros o en las reuniones periódicas de padres. Venimos de una sociedad en la que el futuro era el estudio o el aprendizaje bien hecho y valorado. Han desaparecido los artesanos de calidad y todo parece reducirse a cubrir los expedientes. Por otro lado, el empresariado español no dispone de grandes recursos fabriles. La masa obrera se va reduciendo y se incrementan los negocios del comercio minoritario, asediados por las grandes superficies.

Nada hace prever que la alternativa de esta juventud que no se ha propuesto todavía escapar a otros países, con o sin contrato, sabiendo o no el idioma, costumbres o tipos de contrato, al azar, sea el magma de un futuro empresariado. Nuestro problema no es de hoy, ni siquiera de ayer. Y las escasas potencias manufactureras se deslocalizan en cuanto pueden o tratan de buscar mercados de mayor futuro. El gobierno no tiene otra solución que lanzar a los jóvenes a convertirse en emprendedores. Pero, sin experiencia y con una imagen idílica de sus propias capacidades, tienden a fracasar en su primer o hasta su segundo intento. Se necesita una voluntad y una capacidad de riesgo que no viene alentada por una banca, remisa a cualquier aventura y mucho más si es de carácter juvenil y atenta a incrementar sus beneficios y su liquidez, porque pasó recientemente sus peores tragos. Tampoco todos poseen la voluntad de sacrificio que requiere el convertirse en un empresario, aunque sea autónomo. La CE estableció en el mes de octubre un plan de apoyo al empleo juvenil, dotado con 6.000 millones de euros para el período 2014 a 2020. Rajoy pidió que se liberaran cuanto antes, ya que nuestra situación es, sin duda, crítica. Pero la cantidad resultará exigua para el conjunto de los países de la Unión Europea que superen el 25% de tasa. Porque esta generación invisible no es sólo española, sino que alcanza a buena parte de Europa. Estos jóvenes sin esperanza –la perdieron hace ya algunos años– serán fácil pasto del escepticismo político y aún más del populismo que ha de ofrecerles recetas atractivas.

Nuestros jóvenes están hoy mejor preparados que aquellos que emigraron a Alemania o al Norte de Europa en los años sesenta. En la actualidad, la mayoría han vivido en una sociedad consumista y con expectativas de buenos salarios hasta que todo se vino abajo y, como los cangrejos, el país empezó a dar marcha atrás. Se les dijo que con algo de inglés podían trasladarse a cualquier parte de Europa. Han visto que no es así, que el dominio del inglés no es suficiente para las empresas alemanas, cuyos jóvenes ya tienen un 16,7% de paro. Existe, claro es, la posibilidad de atravesar el charco y decidirse por los países latinoamericanos, cuyas fronteras lingüísticas son inexistentes. Pero éstos han de acoger a sus propios nacionales que huyen de España como pueden y en cuanto pueden. No es tampoco fácil la adaptación a unas economías que comienzan ya a notar el peso de una crisis que en todo caso les llegará con mucho retraso y sin tanta violencia como en Europa, cuya cifra de paro juvenil se estima en 7,5 millones. No es difícil calcular las dificultades del Viejo Continente para acelerar su crecimiento con semejante rémora. Otra cuestión distinta es el tipo de contrato que pueden alcanzar. Generalmente pasarán por uno en prácticas apenas remunerado y lograrán, a lo mejor otro por horas. Pocos se imaginan con un contrato estable e indefinido o integrado en el ámbito de una negociación colectiva. El deteriorado mercado de trabajo no da para mucho más. Nuestra capacidad competitiva ha pasado por limitar las rentas del trabajo. El escándalo que se produjo con lo de trabajar más para ganar menos se está cumpliendo en casi todos los niveles, salvo en la casta privilegiada de siempre. Hay otra zona laboral inmersa en la crisis que tiende a pasar más desapercibida, la de aquellos que han pasado la cuarentena. De poco les ha servido la experiencia adquirida o los méritos acumulados durante sus años laborales. Su horizonte es también un paro prolongado y la fortuna de encontrar otro empleo, con menor sueldo. La disminución del paro sigue siendo el gran problema del año nuevo que, en principio, pasada la euforia festiva, seguirá las pautas del anterior.