Cristina López Schlichting

El peligro de olvidar

La Razón
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La cárcel lo que tiene es que es sumamente incómoda. Te permite estudiar o hacer deporte, pero te impide visitar a tu familia. Tal obviedad ha sido desmentida por el juez de vigilancia penitenciaria José Luis Castro, que le ha concedido al asesino en serie Txapote la posibilidad de pasar un ratillo con su padre de 88 años, porque éste está mayor y no puede ir a verlo. La noticia ha coincidido con la sonora indignación de Alberto Garzón, los diputados de Compromís o Pablo Iglesias por la sentencia que condena a Cassandra Vera a una pena de cárcel que no cumplirá (es inferior a dos años y la chica no tiene antecedentes) por reírse de Carrero Blanco, presidente del Gobierno de Franco, al que ETA asesinó en 1973. Siendo completamente distintos los casos, en ambas reacciones se percibe la misma laxitud. Han bastado unos años sin atentados para que la injusticia nos preocupe menos.

Los asesinatos de Txapote configuran una lista larga: Miguel Ángel Blanco, Gregorio Ordóñez, Múgica, Díaz, Buesa, De la Calle, Caso. Me tocaron muy de cerca algunos de ellos. Recuerdo a José Luis Caso en el tanatorio, aparentemente entero, pero con una rosa de sangre seca que le reventaba la cabeza por la parte más alejada, aquella por la que el ataúd daba a la pared. Me acuerdo de los soportales de la calle de Andoaín donde fue asesinado mi compañero entonces en «El Mundo», el columnista José Luis López de Lacalle, y conservo el eco de la voz titubeante y llena de pena de sus hijos. Cuando a Miguel Ángel Blanco le volaron la cabeza con una pistola del calibre 22, yo estaba en Ermua. No, no es crueldad lo que determina que Txapote siga en la cárcel, es simple justicia. Como es simple justicia que se sancione a una chavala de 22 años por insultar a Carrero Blanco, por mal que te caiga su figura, porque ETA siempre ha sido asesina. Son cosas distintas, de gravedad incomparable, pero malas las dos.

Nuestra prioridad como sociedad debe ser que nadie agreda a las víctimas y que las condenas se cumplan. Por raro que les resulte a los jóvenes, este consenso fue muy difícil de conseguir. La dictadura de Franco dolió tanto que mucha gente desarrolló el mismo odio en sentido contrario. Por eso Tip y Coll podían hacer chistes que hoy resultan incomprensibles. Hubo un tiempo en que las víctimas de ETA se escondían con vergüenza. La banda conservaba cierto halo «antidictatorial» que protegía sus desmanes. Poco a poco eso se superó y se logró un sólido frente común. Cuando ahora Podemos y Compromís introducen la duda, cuando insinúan que Carrero Blanco no es tan digno como Miguel Ángel Blanco, que hay distintos tipos de víctimas, se percibe el deseo de dividir a los demócratas, de reintroducir dudas sobre quienes sean las víctimas y quienes los culpables. Y no. Txapote ha matado y Cassandra se ha mofado. Lo demás viene en el Código Penal.