Ely del Valle

El pique de Picardo

Hay dos maneras de analizar cualquier situación: con objetividad o aplicando la ley del embudo, que es a la que se suele agarrar el que abofetea a un propio y después le llama agresor porque éste le insulta. Gibraltar lleva mucho tiempo comportándose como ese vecino «robapinzas» que no paga la comunidad, pega chicles en el ascensor, pone la música a todo volumen de madrugada y se ofende muchísimo cuando se le afea la conducta. Las autoridades de la colonia han actuado como auténticos reyezuelos feudales al margen de la Ley apropiándose de la zona donde se ubicó el aeropuerto, haciendo la vida imposible a nuestros pescadores, robando descaradamente un terreno al mar que no les pertenece y adueñándose de unas aguas que no son suyas. Y cuando España toma medidas contundentes, su defensa consiste en extrapolar sus veleidades comparando la política aplicada por el Ministerio de Exteriores con la de Corea del Norte, que es, como todo el mundo sabe, la de imponer lo que le sale de las narices: exactamente lo que ellos vienen haciendo desde hace décadas.

Gran parte de la culpa de lo que ahora está sucediendo la tiene aquella bajada de pantalones de Moratinos colocando a la colonia al nivel de España y Gran Bretaña en unas negociaciones en las que los representantes de la Roca solo deberían haber participado llevando los cafés. De aquellos polvos, estos barros en los que se ha sumergido el hispanófobo Sr. Picardo, hombre de una memoria selectiva asombrosa capaz de acordarse de las políticas franquistas a pesar de haber nacido en 1972, pero al mismo tiempo incapaz de retener en su memoria que, en materia de soberanía, tal y como establece el Tratado de Utrecht, su opinión, como la del resto de los gibraltareños, tiene el mismo valor que una moneda de tres euros.