Alfonso Merlos
El plumero nacionalista
Lo primero es lo primero. Lo tienen claro. A veces hacen mínimos amagos para ocultar su ADN pero no es lo más frecuente. La regla es que de una forma u otra los nacionalistas dejan que se les vea el plumero en su relación con ETA. Porque eso son «las personas presas», así llamadas cobardemente por Urkullu y cía: tiparracos a los que las manos les huelen a sangre, algunos sin arrepentir y otros haciéndolo en falso.
Es cuestión prioridades. Como casi todo en política. Y si al PNV no se le conocen precisamente iniciativas honestas y valientes en la atención cariñosa y eficaz a las víctimas del terrorismo, cuando se trata de los verdugos ocurre lo contrario: todo perfectamente medido, presentado con tacto, con innecesarios toques de sensibilidad, con paños calientes... todo a gusto –o casi– de la fiera.
Es lo de menos que este nuevo plan vaya a ser ejecutado después de las elecciones. Lo de más es que los separatistas siguen su juego: exigencias cero para el desarme, la rendición definitiva, la petición de perdón y la colaboración con la justicia de los pistoleros aún fugados; y, en sentido inverso, alfombra roja para los que teóricamente pueden volver a vivir en sociedad sin hacer lo que hicieron, fuese el asesinato a quemarropa o la extorsión abyecta o la vil amenaza de muerte.
No se trata de ninguna ocurrencia. Estamos ante lo de casi siempre. Los vástagos de Sabino Arana culpan al Gobierno de Madrid de la indefinición para echarle un cable a los etarras en su auténtico final, mientras ellos trabajan a favor de estos cafres para una solución entre algodones. La cabra tira al monte. Aunque en realidad el peneuvismo lleva instalado allí décadas. ¿Lo dudan?
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