Abel Hernández
El poder tranquilo
Lleva razón Rajoy. Nunca en los dos últimos siglos la sucesión en la Jefatura del Estado se ha hecho con tanta naturalidad, sin convulsiones. Los españoles están siguiendo con normalidad la abdicación del Rey Juan Carlos y el relevo por su hijo. En las encuestas ha subido visiblemente en las últimas semanas el aprecio de los españoles por la Monarquía y por los depositarios de la Corona. Sólo los comunistas, que han roto el pacto constitucional, con graves consecuencias para su futuro, y los separatistas radicales de la periferia, han pretendido hacer ruido en favor de una causa perdida. Se trata de una minoría parlamentaria exigua, algunas de cuyas formaciones, dominadas aún por el marxismo-leninismo y el centralismo democrático, no son precisamente un modelo de democracia interna. Aún no se han enterado de que pasaron los tiempos de la Monarquía absoluta, en los que era legítimo plantearse con razón la disyuntiva entre Monarquía o democracia. Hoy en España y en países avanzados de Europa, la democracia se identifica con la Monarquía parlamentaria, y el republicanismo no pasa de ser un viejo sentimiento heredado y respetable, pero sin viabilidad razonable. El pueblo no lo quiere. En todo caso, como advirtió Rajoy, eso no estaba en el orden del día. En el trámite parlamentario de ayer, avalado por una aplastante mayoría y rodeado de una cierta solemnidad, quedó reafirmado el pacto constitucional, con la lamentable ausencia de CiU, que también pagará su error, y reeditado el consenso con el que se inició el fecundo reinado de Juan Carlos I.
La abdicación del Rey en su hijo, avalada por el Parlamento, no ha generado, como ha subrayado el presidente Rajoy, vacío de poder ni intranquilidad en la población. Se ha impuesto la normalidad y la naturalidad. A los españoles les preocupan otras cosas. Pero no deja de ser éste un «síntoma de madurez y estabilidad democrática». Los que predecían que la sucesión iba a ser la ocasión para sacar a la gente a la calle e imponer la República con gritos y pancartas se han llevado un buen chasco. El relevo tranquilo está sirviendo, como digo, para incrementar el apoyo popular a la Monarquía parlamentaria. En la hora de la despedida, el viejo Rey, que no atravesaba por su mejor momento, está recibiendo el reconocimiento y la gratitud de la inmensa mayoría de los ciudadanos por su escrupuloso respeto a la Constitución y por la aportación de su largo reinado al progreso, la paz y la libertad, sin parangón en toda la historia de España. Y el nuevo Rey está siendo recibido con curiosidad, afecto y esperanza. Ha habido dos políticos que están pilotando con acierto la delicada operación. Ninguno de los dos vivía su momento más brillante, como habían puesto de relieve las recientes elecciones europeas. Pero en esta ocasión Rajoy y Rubalcaba han estado a la altura de las circunstancias. Su aportación responsable a la normalidad quedará como un ejemplo para la historia, que a ellos les honrará siempre. Alfredo Pérez Rubalcaba ha prestado un gran servicio a la convivencia democrática en vísperas de dejar el liderazgo del PSOE. Seguramente, una de las razones de Don Juan Carlos para acelerar su abdicación ha sido la de adelantarse a la jubilación definitiva del dirigente socialista, tras el fracaso de las elecciones europeas, del que conocía bien su responsibilidad y lealtad institucionales, y evitar así las posibles convulsiones imprevisibles del primer partido de la oposición. Habría sido un desastre que la defensa de la Constitución y de la Corona hubiera quedado exclusivamente en manos de la derecha. En todo el delicado proceso se ha impuesto la seriedad y el poder tranquilo, que personifica el presidente Rajoy. Como dijo ayer, «España permanece tranquila porque se apoya en la estabilidad de un sistema político y la solidez de las instituciones constitucionales». Los que caricaturizan su figura, destacando precisamente su aparente impasibilidad y sus largos silencios, no han sabido comprender la aportación de este gallego tranquilo, en circunstancias peliagudas, al progreso y a la convivencia de todos. En momentos como este del relevao en la cabeza del Estado, el sentido común, la distinción entre lo importante y lo llamativo y ese poder tranquilo nos han evitado más de un sobresalto.
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