Rosetta Forner
El precio de la desesperación
Para echarme al mar en un trozo de cartón -eso es para mí una «patera»-, muy desesperada tendría que estar, a la par que sería muy crédula. Quizá quien vende los «pasajes» es un charlatán de feria barata que oferta «plazas en el cielo» -como antaño hacía el cura del pueblo de mi abuela-. La tierra prometida se abre ante la desesperación de alguien que, huyendo de la miseria, puede ahogarse en la promesa de un futuro mejor. No mejor del que le espera en tierra, pues en España cada día estamos peor, y a lo mejor somos nosotros los que nos tenemos que plantear la posibilidad de largarnos, aunque sea en un coche al que le quitemos las ruedas y le pongamos remos, como han hecho muchos en Cuba. Cierto es que aquí aún no somos tan pobres como para salir en patera, y de momento los que emigran, en busca de un futuro mejor, se van montados en avión (aunque sea «low cost», o sea, casi una patera del aire), en autobús, en tren o haciendo autostop. El ser humano no se rinde ante la adversidad y es capaz de surcar mares y cruzar cordilleras en busca de una esperanza de vida. Se me encoge el alma cada vez que me entero de que, a unos seres humanos, junto con sus sueños, se los tragó el mar. Preferiría que se tragase -que Dios me perdone por desear esto- a los sátrapas y dictadores que hurtan una vida digna y matan de hambre a su pueblo mientras ellos atesoran riquezas que no les servirán para entrar en el cielo, tan sólo para elevarse miserablemente por encima del resto mientras sean mortales. Algún día no habrá hambre en la Tierra y nadie tendrá que pagar el precio de la libertad.
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