Enrique López
El rancio cantonalismo
En sus «Episodios Nacionales», Benito Pérez Galdós definió el clima parlamentario de la Primera República española con una breve sentencia: «El individualismo sin freno, el flujo y reflujo de opiniones, desde las más sesudas a las más extravagantes, y la funesta espontaneidad de tantos oradores, enloquecían al espectador e imposibilitaban las funciones históricas». Me pregunto cómo describiría nuestro insigne literato lo que está aconteciendo en el Parlamento catalán, pero mucho me temo que con asertos poco diferentes. Lo que resulta alarmante es comprobar que pasados los años se repiten historias una y otra vez, lo cual nos muestra lo poco que aprendemos de los errores, y lo muy atraídos que nos sentidos hacia su repetición, algo así como si España tuviera una insoslayable y contumaz adicción al suicidio colectivo cada cierto tiempo. Ante la ausencia de cantones o estados independientes susceptibles de convertirse en estados federados, algunos federalistas proponían lo que se denominaba un proceso federal de arriba a abajo. Esto es, un proceso de federalización con la creación e invención de estados federados desde el poder central, y así se plasmó en el proyecto de constitución federal de 1873, donde se definían los estados federados de forma muy similar a nuestras actuales comunidades autónomas –Santander se incluía en Castilla la Vieja, Murcia contenía Albacete, y Andalucía se dividía en dos estados, la baja y la alta, y por supuesto, Navarra y Provincias Vascongadas separadas–. Su inspirador, Francisco Pi y Margal, justificaba este modelo así: «Si el procedimiento de abajo arriba no era más lógico y más adecuado a la idea de la Federación, era, en cambio, el de arriba abajo más propio de una nacionalidad ya formada como la nuestra, y en su aplicación mucho menos peligroso». De este extracto me llaman la atención dos aspectos, por un lado, el reconocimiento de una nacionalidad ya formada como la nuestra, la española, y por otro lado, la alerta sobre el peligro que entrañaba cualquier proceso federalizante. Recordemos que la respuesta a este esfuerzo político fue el proceso de división interna más grave ocurrido en España desde la unión de reinos por los Reyes Católicos, el extraño, alocado y aberrante cantonalismo. Aquel proceso determinó el surgimiento de infinidad de cantones, desde el muy conocido en Cartagena, hasta el del pueblo de Alcoy, amén de provocar grotescas declaraciones como la de Sevilla, convirtiéndola en una República Social. Abrir debates sobre conceptos tan básicos como el de Nación, soberanía popular, modelo de estado, etc., en un momento tan grave de nuestra historia como consecuencia del reto inconstitucional perpetrado en Cataluña, no es quizá lo más aconsejable. Como ciudadano estoy profundamente preocupado, y como tal, me uno a aquellos que esperan y confían en que el sistema constitucional español no se ponga en cuestión, así como al integridad de su territorio; una vez que se consiga entre todos neutralizar el ilegal desafío de las instituciones catalanas, las vías para debatir, acordar y buscar consensos entre los principales partidos y la sociedad las prevé la propia Constitución, pero nunca bajo la presión o amenaza de los que pretenden soslayar el cumplimento de la ley.
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