Martín Prieto
El rapto de Europa
Zeus, bajo la apariencia de un toro blanco, raptó en Tiro a la princesa fenicia Europa, entronizándola en Creta. El continente de su nombre ha dado a la humanidad sus mejores logros y las más desastrosas iniquidades, a más de un imaginario que va desde Rubens, Tiziano, Rembrandt o Picasso. Prefiero al barroco holandés, aunque se encuentre en el Paul Getty de Los Ángeles, aquel anciano tacañoso que dejaba desorejar a su nieto secuestrado antes que pagar rescate. Todavía Europa es un lienzo en el caballete y votar su Parlamento, un cometido artístico que no todos comprenden. En 1979 sólo votó el 45% del censo español, un 0,5% menos que en la anterior convocatoria. Y eso que concurrían a los comicios 35 partidos y agrupaciones para todos los gustos y que la circunscripción única pone el escaño en un baratísimo 3% y cualquier pelafustán puede ser electo. Aunque de Europa nos vienen leyes y dineros, y duelos y quebrantos, nos tomamos las «europeas» con escasa seriedad. La candidata socialista Elena Valenciano inició su campaña en claves feministas, abortistas y hasta «andalucistas» hasta que la llegada de Miguel Arias Cañete le cambió el discurso. Pero al pasar a cuestiones de mayor peso continental, la número dos del PSOE cometió el desbarre de tildar a Cañete como seguidista de la política de Angela Merkel, como si la canciller no estuviera gobernando con los socialdemócratas, hermanos de la aspirante española. La permanente distorsión de campañas nacionales para una política europea. En las elecciones anteriores el PP perdió un 4,5% de votos y el PSOE, un 16%. Tener que administrar la herencia recibida de los socialistas (que no es un mantra sino unas cuentas empíricas) le costará al PP reducir esa diferencia, porque los españoles somos dados al voto de castigo y hasta al sufragio de mala leche. El paro nunca vota al Gobierno ni se abstiene. Pero el incomprensible voto comunista lastrará a los socialistas. Cabe el empate técnico.
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