Ángela Vallvey

El regalo

Un regalo es un presente que ofrece alguien que no pide nada en correspondencia, que no exige ni espera que le sea devuelto algo a cambio: el regalo no da cambio, como los taxistas neoyorquinos. El regalo es toda una manifestación, pero de afecto. De amor, de amistad, de buena voluntad. Es el punto de referencia de un apego, cuando no de un cariño. En el regalo, por modesto que éste sea, va incluida una buena dosis de estimación y de querencia. Con el regalo se acaricia un poco, se comete un acto de ternura y aprecio. El regalo nunca se debe confundir con la limosna, con el cohecho..., que buscan el beneficio propio del que otorga. La dádiva jamás alcanzará la categoría de regalo dado que, como es obvio, trabaja para obtener subvención o atención o protección. Para nada. El regalo no es eso. El regalo no puede ser la cuestación del avaricioso, ni el guante siempre dispuesto a la colecta. Por eso decimos que se hacen regalos de cumpleaños, de vigilias, de nacimiento, de Reyes, de Navidad, para el padre o la madre, de bodas... O sea: de todos esos momentos en los que, quien recibe el obsequio, no está obligado por la costumbre ni la educación a devolverlo en ese mismo instante. Decía Lope de Vega que los regalos de los amigos son amor, de los amantes cuidado, de los obligados agradecimiento, de los señores favor, de los criados servicio... Así, sorprende mucho considerar «regalos» a ese porrón de joyas, viajes, coches y diversos objetos de valor que a menudo salen en las noticias calificados como «regalos» que tal o cual trama corrupta solía repartir entre políticos y/o etcéteras. (Y, curiosamente, aún no he tenido referencia de que dichos presuntos infectos se regalaran libros unos a otros. Oigan).