Manuel Coma
El régimen se consolida
Los militares egipcios aprietan pero no ahogan. A los suyos, claro. No a sus enemigos jurados, los Hermanos Musulmanes, con los que están siendo implacables. Salvan a su antiguo comandante, al que en su momento sacrificaron, por el bien de las Fuerzas Armadas, pero condenan a muerte al previo jefe del Estado, Morsi, que sabiendo que el general Al Sisi era un musulmán piadoso lo eligió como ministro de Defensa, creyéndolo muy próximo a los postulados de la Hermandad. Iba a ser la cuña de la misma madera que reventara el poder de los uniformados. Se equivocó de madera. Piedades aparte, la pasta de la que Sisi está hecho es caqui, no verde. También las monarquías arábigas presumen de impecable y nada tolerante ortodoxia musulmana, pero odian a muerte a la Hermandad. No es cuestión de fervores coránicos, sino de quién detenta el poder y en eso el Ijwan, la Fraternidad, lo quiere todo para sí. A la postre, lo que políticamente tiene Egipto es lo que ya tenía y lo que no tiene es revolución de tipo democrático occidental o islamista.
El régimen pasa por una fase de nueva consolidación que lo hace excepcionalmente implacable con enemigos y rivales, pero, probablemente incluso más que antes, tiene un apoyo pasivo mayoritario. Su principal oferta es estabilidad y ése es, a pesar de la pobreza y ausencia de horizontes económicos, el bien más preciado por los ciudadanos egipcios. Los militares tienen, sin excepción, todos los resortes del poder y los están usando a fondo. Los jóvenes liberales/ demócratas / socialistas jugaron miserablemente a aprendices de brujo. Apoyaron primero a los islamistas contra los militares y luego al revés. Perdieron siempre. Su actitud representa una amplia gama entre la inexperiencia ingenua y la arrogancia estúpida. Desde luego, la confusión de los deseos con las realidades significa inmadurez política. No la atribuyamos toda al subdesarrollo. Los millones de occidentales que se entusiasmaron sin reservas con la Primavera Árabe, que no llegó ni a veranillo de San Martín pero que terminó igual de mal, también se cubrieron de gloria.
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