Restringido

El reportero que llegó a mito

Se ha ido inesperadamente, sin alharacas ni aspavientos. Ha muerto mientras le leían «Platero y yo», su libro favorito. Hasta en eso ha sido Jesús Hermida innovador, original. Hacía tiempo que había iniciado la retirada. Su entusiasmo había decaído y el oro viejo de la popularidad aparecía arrumbado en un rincón de la casa, empañado por el escepticismo. Se ha ido, ligero de equipaje como los hijos de la mar, con la misma maleta de madera, cargada ahora de éxitos profesionales, con que llegó de muy joven a la estación de Atocha desde Huelva, donde el mar se había tragado a su padre, pescador de bajura. Él se propuso abrirse paso en el periodismo a toda costa. Su vocación era arrasadora. Por esas cosas del destino, nuestras vidas fueron rozándose –«Signo», «Informaciones», Prado del Rey...–, pero sin llegar a intimar. Estuvimos cerca cuando compartimos urbanización y algunos ratos en Collado Mediano, donde nuestras casas estaban una enfrente de la otra. Recuerdo aquellos encuentros habituales en la calle, él con su perro y con falsa fama de arrogante entre los demás vecinos –era sobrio y distante en las relaciones con los desconocidos–, y sin que, en pleno verano, se le cayeran de la mano los anillos. En aquellos ratos de conversación hablamos más de la vida que de la profesión y eso que él, pasada su rutilante etapa de corresponsal en Nueva York, empezaba a brillar de nuevo en el arranque de las televisiones privadas. Hermida, en prensa, en radio y en televisión, siempre fue un reportero, un todo terreno creador y peculiar, que llegó a ser un mito de la televisión en blanco y negro. Bajo los rascacielos de Nueva York, el hijo del pescador se transformó en un adelantado del periodismo-espectáculo, pero sin caer nunca en la zafiedad que se ha ido luego apoderando de los medios. La noche de la llegada a la Luna quedará como pieza imperecedera. Como ha dicho aquí mismo Martín Prieto, el espectáculo era él. Era así y transformaba en espectáculo lo que tocaba, hasta una entrevista al Rey. Quedará la naturalidad de su pose ante las cámaras, la inflexión peculiar de su voz cálida, acentuando las palabras, el movimiento de su cabeza, el aleteo de sus manos, la viveza amable de su mirada y su inconfundible flequillo ondulado sobre la frente. Si el medio es el mensaje, Jesús Hermida es el medio.