José María Marco

El sueño olímpico español

Bastantes españoles presentan hipersensibilidad a lo que se dice de su país, y de ellos mismos, fuera. A veces parece que no sabemos lo qué pensar de nosotros mismos si no nos lo dice alguien extranjero. De celebrarse en Madrid, los Juegos Olímpicos serán sin duda un bálsamo para esta neurosis. Como estarían perfectamente organizados y como nuestros deportistas se portarán estupendamente, daremos una imagen distinta de la del país arruinado que cundió desde que estaba en el gobierno el socialismo utópico. Habrá algún malintencionado que no reconozca nuestros méritos, claro está, pero en general, nuestra autoestima se esponjará ante los elogios generalizados... y merecidos.

Nos hace falta, porque desde el final del siglo XIX, cuando la pérdida de los últimos territorios de ultramar, seguimos sin levantar cabeza. Pareció que el éxito político de la Transición, la modernización en los 80 y los éxitos económicos de finales de los 90 y el principio de siglo XXI iban a cambiar la tendencia. No ha sido así, y hoy estamos peor que hace unos años. Y no sólo debido a la crisis. También hay que tener en cuenta la incapacidad de la élite gobernante para exponer la realidad de nuestro país. Lo que hoy explican sin parar la cultura oficial y la enseñanza es que somos, hemos sido y estamos condenados a ser una nación fallida.

Ante esa fatalidad, los Juegos Olímpicos no podrán hacer mucho. Así como la marca España no suple la inexistencia de un consenso de fondo sobre la nación española, los Juegos no levantarán esta losa. Eso sí, permitirán que se pueda respirar un poco. Están las inversiones y la creación de puestos de trabajo, que contribuirán a dinamizar Madrid y el conjunto de España. Está también el esfuerzo y la comprobación de que el trabajo bien hecho, la colaboración con los demás, la generosidad y el altruismo son las cosas más importantes. Vendría bien que los españoles, después de décadas de adoctrinamiento socialista sobre la mezquindad del ser humano, volviéramos a experimentar el valor del trabajo compartido, realizado con los demás y pensando en una recompensa general, más allá de lo inmediato.

El deporte, desde esta perspectiva, es una actividad muy particular. Resulta inmediatamente comprensible, apela a lo mejor del ser humano y es de las pocas áreas de la vida humana que permanecen ajenas a la política y a la ideología, siempre, claro está, que se quiera mantenerlo al margen. Por eso suscita y canaliza tantas energías benéficas. En realidad, está relacionado, y más en los Juegos Olímpicos, con el amor a la patria, aunque a veces, más que intensificarlo, le sirve de placebo y sustituto... Finalmente, los Juegos devolverían a Madrid su auténtica dimensión de ciudad global, que es para lo que se pensó en ella como capital del reino. Se libraría por fin, y para siempre, de la acusación de provincianismo que tanto han difundido aquellos a los que no les gusta mucho España.