Manuel Coma
El terror de cada día
Dominar aterrorizando es tan viejo como la humanidad; usarlo como instrumento de guerra del débil contra el fuerte, para derribarlo y hacerse con el poder, tiene antecedentes remotos pero es básicamente un fenómeno contemporáneo. Empezaron los narodniki rusos, pronto emulados por los anarquistas. Enseguida el IRA irlandés contra los ingleses y luego una larga cola.
El 11-S inicio un nuevo estadio que todavía no se ha consumado plenamente, por cuanto ningún otro ataque ha conseguido equipararse al primero del megaterrorismo, no por falta de ganas, sino por la eficacia de las fuerzas montadas para combatirlo. Pero la furia destructiva de una cierta elite de una religión universal sigue con, o más bien contra nosotros, aunque también contra sus propios fieles. Ha venido para quedarse y será un rasgo del mundo en que vivimos por generaciones, por más que a largo plazo sólo sepamos que estaremos todos muertos. Otros fervores asesinos pueden sumarse o reemplazarla.
Contra ello las sociedades modernas tendrán que mantener permanente guardia, gastarse el dinero, llorar las víctimas, no dejar que alteren nuestras vidas ni corroan nuestras libertades. Las nuevas tecnologías mejorarán algunas defensas y harán muchos más letales y subrepticios otras técnicas de ataque. La miniaturización de los aviones teledirigidos podrá meternos las bombas debajo de la cama desde grandes distancias. No es más que un botón de muestra. Hay que ir siempre un par de pasos por delante de ellos. Demostrar un aguante inagotable para mostrar la futilidad de sus propósitos. Seguirá siendo de suma importancia que los terroristas no se hagan con un santuario territorial que les sirva de base o les dé cobertura. Y no hay que morder el anzuelo de exculpar sus prácticas. Tal y como ellos tienen bien claro, por encima de todo son el enemigo.
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