Pedro Narváez

El virus de la mentira

El terrorista de Al Qaeda que ayer reivindicó el atentado contra «Charlie Hebdo» recordó en un fúnebre aviso a navegantes los asesinatos de las Torres Gemelas y los de Madrid. El 11-M tiene esa pátina política que lo hace aún más deleznable. Nos mataron los de fuera y sacamos los garrotazos dentro por lo que a veces se oculta en la penumbra de la inconsciencia como un asesinato en una familia que guarda al muerto en el armario. Tan alta debemos tener la fiebre de la amnesia que se ha visto menos personal protestando por la masacre de París que por el ébola, cuando se llevaban flores de mal a una enfermera que ha confesado ante el juez que lo que portaba era el virus de la mentira, o por el pobre Excalibur, un perro que nos merecía más ternura que los hombres, que al cabo somos demonios. El manifestódromo español estará vacío hasta el día 31 cuando Pablo Iglesias saque en procesión en una particular Semana Santa a los suyos para que nos enteremos, como en «El gatopardo», que para que todo siga igual es necesario que todo cambie que es lo que ya barrunta Podemos. Algunos políticos no quieren enterarse de que la manada de lobos solitarios acecha a Caperucita y ponen trabas a un pacto por la seguridad no vaya a ser que le descubran tomates cuando se descalzan en el aeropuerto. La estupidez, como en el lado positivo los adelantos en la ciencia, no alcanza límites y avanza en progresión geométrica por lo que en pocos meses, y a la vista del año electoral, podremos estampar sin temor a equivocarnos la frase que se pone en los cristales de los coches cuando están llenos de polvo, aparte del célebre «lávalo, guarro» ese otro que reza «tonto el que lo lea».