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El voto y las encuestas
El CIS hizo pública estos días la última gran encuesta de intención de voto de los españoles antes de la celebración de las elecciones del 20 de diciembre. De los datos de la misma hay varias cuestiones que llaman la atención.
La primera, el elevado porcentaje de personas que dicen no tener decidido su voto, un 40%, lo que explica la diferencia en el reparto de escaños que se atribuye a los partidos en las encuestas que hemos conocido en los últimos meses.
La segunda, que Podemos sería la fuerza más votada en Cataluña en estos momentos, lo que, de ser cierto, requeriría de un análisis profundo de esa circunstancia, y en mayor medida, de lo que eso significaría tanto para Cataluña como para España, dadas las posiciones rupturistas que se esconden detrás de ese derecho a decidir con un referéndum en Cataluña que propugna esta formación política.
La tercera, la fuerza con que irrumpe Ciudadanos, no sólo en número de escaños, sino en presencia territorial, obteniendo representación en circunscripciones donde hasta ahora se repartía sólo entre los dos grandes partidos, y el papel de bisagra con el que condicionará el futuro Gobierno en todo caso.
La cuarta, que el Partido Popular va a ser la fuerza más votada, si bien parece tener una barrera infranqueable en el 30% de intención de voto, aguantando mejor que la actual oposición del partido socialista, que se desmorona hasta el punto de no tener representación en circunscripciones en las que siempre la tuvo.
La quinta, que el fenómeno de Podemos, que parecía un huracán imparable llamado a acabar con la izquierda tradicional representada por IU y el PSOE, ha frenado sus aspiraciones, si bien sigue teniendo una mayor representación de la que tuvo tradicionalmente la izquierda radical del Partido Comunista e Izquierda Unida.
Las encuestas tienen el valor de representar la opinión de los ciudadanos en el momento en el que se realizan, condicionada por las circunstancias ocurridas entonces. De ahí que lo importante de ellas sea la tendencia que las sucesivas encuestas realizadas a lo largo del tiempo ponen de manifiesto.
Lo que parece desprenderse de lo que hemos conocido hasta ahora es que se ampliará la representación parlamentaria con la incorporación de dos nuevos partidos: Ciudadanos y Podemos, que entran con fuerza para poder consolidarse. Y que los dos grandes partidos tradicionales perderán gran parte de su representación, si bien con resultados y lecturas bien distintas. El PP volverá a ganar las elecciones y será la fuerza en torno a la cual se vuelva a articular el Gobierno de España, pero el PSOE obtendrá el peor resultado de los últimos años tanto en votos como en escaños, hasta el punto de ver amenazada su posición, no como principal partido de la oposición, sino como alternativa de Gobierno. Y ésta es sin duda una de las consecuencias más relevantes de esta encuesta y de los datos que venimos conociendo de las que se han publicado hasta ahora.
La respuesta del líder socialista ante este dato diciendo que es tan sólo una manipulación y una mentira del CIS se comprende por el nerviosismo ante unas perspectivas tan poco halagüeñas, pero se echa en falta una reflexión un poco más profunda.
Desde la victoria de Rodríguez Zapatero contra todo pronóstico en el año 2004 y su renovación en 2008, el PSOE ha entrado en una deriva hacia la inconsistencia, evidenciando la falta de un proyecto político sólido adaptado a los nuevos tiempos, con visión de país y de Estado. Y eso es lo que reflejan hoy esas encuestas. La deriva independentista que apoyó irresponsablemente con el Estatuto catalán; la tibieza en la lucha terrorista con las negociaciones por detrás; las cesiones en el País Vasco para permitir la entrada en las instituciones del aparato político de ETA; la frivolidad de los «campeones nacionales» y su falta de reacción ante la crisis económica más grave que ha padecido el mundo desarrollado en los últimos años; la excitación de los viejos fantasmas y pendencias entre españoles como la Memoria Histórica; los falsos debates sociales para esconder su vacuidad y el sectarismo para imponer lo suyo sin respetar las leyes legítimas de gobiernos anteriores han hecho que los socialistas hayan entrado desde entonces en una carrera, no para recuperar el papel que han jugado durante muchos años como el gran partido de izquierdas homologable a otros partidos equivalentes en el resto de Europa, sino para tapar el hueco y ocupar el espacio que buscaban los movimientos más radicales y antisistema que han ido surgiendo al calor de la crisis económica y de las dificultades por las que han pasado gran parte de los ciudadanos en estos años. Se han colocado así en lo peor de la izquierda radical, tal y como señalaba Tony Blair al explicar por qué fracasaba hoy la izquierda en Europa.
Pedro Sánchez ha seguido por esta deriva, profundizando en el error y en la falta de identidad y de proyecto político hasta hacer al PSOE casi innecesario para la alternancia, y hay muchos tambores tocando a arrebato a la espera del resultado electoral para buscar un nuevo liderazgo, que recupere un proyecto socialista propio, moderno, nacional, no sectario y que esperan que no sea demasiado tarde para ello.
Entre tanto, el nerviosismo y el despiste de unos y otros parece evidente. Sánchez acusa a Rivera de ser la segunda marca del PP y de apoyar a Rajoy para que siga gobernando, mientras que al mismo tiempo le pide que le apoye a él para formar un Gobierno de cambio. Podemos dice que Sánchez representa lo mismo que el PP, la casta, la corrupción y el viejo modelo de la Constitución de 1978, y que Rivera tiene un pacto para que gobierne Soraya con su apoyo. El PP dice que Rivera dará su apoyo a Sánchez, trayendo a un nuevo Zapatero peor que aquel a la Moncloa. Y Rivera dice que hay un pacto PP-PSOE para salvar a Sánchez y seguir perpetuando el sistema oculto y corrupto que ambos partidos han tejido en estos años.
Los españoles deben de reflexionar ante este escenario nada fácil. Pero cualquiera que sea su decisión y al margen de los muchos profetas de las bondades del multipartidismo y el fraccionamiento de la representación que han proliferado en los últimos tiempos, deben tener presente que los grandes países de nuestro entorno se articulan en torno a dos grandes partidos que garantizan una base común en lo sustancial sobre la que construir con estabilidad la alternancia política. Así ocurre en Estados Unidos, Inglaterra, Francia, Alemania, Australia... Y España también lo necesita.
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