El desafío independentista

Élites destructivas

La Razón
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La «libretilla» del menudo y nervioso Jové se ha convertido en el evangelio del «procés». En ese cuadernillo con goma, forma púdica de esconder barbaridades y miserias, queda apuntado que eran conscientes del camino hacia el abismo y que decidieron seguir. Eran pocos los que estaban en la pomada pero pese a constatar todas las dudas llegaron hasta el 1-O y siguientes. Puigdemont, Junqueras, Rovira, Romeva y compañía actuaron como élites destructivas. Diseñaron un sistema en el que estaba contemplado que se avisaba a la CUP en caso de detención de alguno de sus miembros. Ejemplo menor pero ilustrativo de la gran ficción, el sistema y el antisistema formaban parte de un mismo todo. Reuniones de los de arriba y los de abajo pastoreados por «los Jordis», beatíficos pastorcillos del pueblo elegido. Todo se reduce a una concatenación de improvisaciones guiadas por la convicción de que Rajoy era el de las viñetas con puro. Ese Gobierno y sus accesorios pensaron que con la dinamita constitucional del referéndum y de la Declaración Unilateral de Independencia en Moncloa temblarían las piernas y pedirían negociación. En la libreta de Rajoy no estaba la rendición. Se acumularon fuerzas constitucionalistas con amplias conversaciones con Sánchez, más breves con Rivera, y se desplegó el 155 con elecciones para dentro de una semana. Con este paso lo que se ha conseguido es que todos los catalanes sean sujetos políticos con posibilidad de elección y no solo la mitad, algo menos de la mitad, para los que escribían Jové y alrededores. Esta es la cuestión para los próximos días: la movilización. En el independentismo la verdad no desgasta porque han renunciado a ella los escribas y el pueblo elegido. La única posibilidad de merma pasa por la guerra de los príncipes. Que Puigdemont y Junqueras quieran ser el Califa. Hasta ellos son monigotes de todo esto. El constitucionalista puede tener la tentación de que se pegan entre ellos por la restitución presidencial. Son títeres de cachiporra, la sangre independentista nunca llegará al Llobregat. Por eso la única posibilidad de derrota y por tanto desintegración de este grupúsculo ahora en la élite, es la victoria no independentista. Ahí solo queda la vista a las urnas de los que se han dejado arrastrar como masa «acrítica» o simplemente harta. Si este paréntesis del 155 no sirve para conseguir esa mínima alteración en las mayorías se habrá consumado el fracaso del Estado de Derecho.