Alfonso Ussía

Embassy

La Razón
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Alta historia de Madrid. Refugio y salvación de 30.000 judíos. Espías de lujo. Calidad y servicio impecables. A un paso del Panteón de Locales Ilustres, que está quedándose pequeño. Balmoral, El Aguilucho, Gitanillos, Saint Cyr, Roma, y los restaurantes Jockey, Club 31, Príncipe de Viana. Resisten Horcher y Zalacaín. También los «Jose Luis» de Serrano y Rafael Salgado, el mío. Se mantienen los bares del Ritz, del Palace, del Intercontinental, Milford, Las Bridas, Richelieu... Muy poco para una ciudad como Madrid. Embassy es patrimonio de todos los que en Madrid nacimos y vivimos, incluidos los que jamás lo han pisado. Esas reuniones de señoras del barrio de Salamanca. Dibujos de Penagos, de Mingote, de Barca... Cuando Balmoral cambió su ambiente vespertino, sus clientes tradicionales se mudaron a Embassy. Allí Lorenzo López de Carrizosa, marqués de Salobral, sumo impertinente. «El marqués de Salobral,/ la lengua más venenosa/ que tienen en Balmoral/ los López de Carrizosa». Aquel Balmoral narrado por su genial «barman», Ángel Jiménez. El rincón del almirante Vierna, que no aceptaba cercanías con quienes olvidaban en su armario la corbata. Así que llegó su amigo Pepe Montero-Ríos con una sahariana y se estableció el siguiente diálogo. «A tus órdenes, Almirante»; «yo no ordeno a los espantapájaros».

El Embassy de los emparedados, del té con pastas, de la copa pregolfa de la atardecida, de la tarta de limón y el «Blody Mary». En la Carrera de San Jerónimo se mantiene «Lhardy», consomé y cocido, consuelo de Isabel II en sus salones privados chinescos. Y sobreviven, claro está, los dos clubes urbanos y señeros de la Capital. El Real Nuevo Club, con la mejor cocina de Madrid, y la Real Peña. Pero Madrid se hiere sin Embassy. Sí, sus propietarios dicen que seguirán abiertas las sucursales de La Moraleja y Aravaca. Pero son eso, sucursales. Embassy es el de Ayala con vuelta a La Castellana. Una señora muy conocida y muy pesada, habitual de Embassy, aprovechaba la merienda que jamás pagaba vendiendo papeletas para una rifa benéfica. Se acercó uno de los «maitres».–Señora, esto es Embassy, no una tómbola. Hay que respetar a los clientes–. Ella, enfurecida. –¡Soy cliente de toda la vida!–. –Lo era, señora, lo era–. Balmoral, más de aperitivo matutino. Embassy, de tarde. Rompía en el té y de ahí a las copas. Mujeres despampanantes. Olor a limpio. Esas mujeres que impresionaron por su manera de vestirse y de moverse al gran José Luis Solaguren recién llegado de Bilbao. –La calle de Serrano era un espectáculo. Y todas las mujeres doblaban la esquina de Ayala para sentarse en Embassy–. Sin color político, pero muy sometido a la ideología del barrio. Allí se reunía la tertulia de Javier Pradera, Jesús Aguirre, Luis Solana... Un camarero lo explicaba. –El duque de Alba (Jesús Aguirre) parte los emparedados de manera diferente al resto de la clientela. Con mucho cuidado, suavemente, y en ocasiones inicia el gesto de la Elevación-. Aguirre llevaba siempre algún complemento lila. Y la pregunta: –¿Qué tal está Cayetana?–; –está muy pesada. Lleva una temporada de muy mal humor. Y se lo he advertido. «Cayetana, o cambias de carácter o te vas de casa».

Ochenta años de intrigas, de amores, de enfados, de tertulias hondas y de charlas vanas. Y todo ello, en la más sutil compañía de la calidad. Afirmó el mítico Joselito. «Quien no ha visto una corrida de toros en la plaza del Puerto de Santa María, no sabe lo que es una corrida de toros». Más o menos. «Quien no ha merendado, o tomado copas en Embassy, no sabe lo que es, lo que oculta, lo que muestra y lo que significa el barrio de Salamanca». Último tramo del barrio, porque La Castellana es el río natural de Madrid, y cruzado el río nace Chamberí.

La gente se mueve por muchas tonterías, y se manifiesta por supinas necedades. Hay que manifestarse para que Embassy no cierre sus puertas. Es un museo que anda y que recuerda al mejor Madrid. Y ni Madrid ni Embassy merecen su muerte. Todos a la calle.