Martín Prieto
En el diván del psicoanalista
En el inteligente telediario de Ana Samboal (Telemadrid), un asesor económico de Angela Merkel temía que tras los esfuerzos realizados, al Gobierno se le hubiera agotado el fuelle, y a la sociedad la paciencia, para reformar el estado autonómico y hasta los dispendios municipales. El misógino Pío Baroja confesó en su agonía: «Muero sin saber para qué sirven las diputaciones provinciales y las mujeres». Media opinión no la comporte Rajoy, que presidió la de Pontevedra, aunque carecía de asesores. Con la entrevista del ex presidente Aznar, otros medios han hinchado el perro, en argot periodístico, convirtiéndola en problema nacional y en un debate sarraceno sobre los impuestos. Para el profesor teutón, subir o bajar lo poco que se puede los impuestos directos para activar la economía es debate bizantino para ociosos. Es la traqueteada clase media la que está reduciendo su deuda privada porque tiene miedo escénico a descender de su escalón. Aunque bajemos el IRPF o tramos del IVA, la masa mediopensionista no va a consumir más ni va a tirar de la economía porque está en el diván del psicoanalista regurgitando sus demonios vitales. No en balde se ha fundado la asociación de «Economistas aterrados», porque la Economía es historiografía de lo que ocurrió y no ciencia del porvenir, teniendo más que ver con la psicología y hasta con el psicoanálisis de los ciudadanos. Confiando en que De Guindos no yerre, las burbujas financieras, desde la de los tulipanes holandeses de 1636, duran una media de diez años, y la nuestra empezará a desinflarse hacia el 2017. Galbraith escribía: «La memoria financiera dura un máximo de diez años. Éste es el intervalo entre un episodio de sofisticada estupidez y el siguiente». Ni aun con el crédito que no hay los adulados emprendedores invertirán un euro sin confianza a medio plazo. Recuperar la fe tiene más que ver con las interconexiones neuronales que con los Consejos de Ministros. No es casual que el santo Rouco Varela esté buscando exorcistas.
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