José María Marco

Encrucijada política

El editorial de ayer de LA RAZÓN hacía bien en recordar que la corrupción no debe relacionarse con la actividad política en sí, y que superarla requiere medidas de carácter político, como las que ha preparado el Gobierno. No deberíamos por tanto caer en la trampa de las propuestas puramente éticas, ni tampoco en las de matiz regeneracionista, una palabra que revela siempre una actitud de animadversión hacia la política. (Nuestros más eminentes regeneracionistas prácticos fueron los generales Miguel Primo de Rivera y Francisco Franco.)

Dicho esto, también es verdad que el descrédito de la política no viene sólo de la oleada de corrupción de estos últimos tiempos, acoplada a la crisis económica y a la sensación, no del todo justa, de que el crecimiento no acaba de arrancar. El descrédito de la política procede también de los dos grandes partidos que han gobernado nuestro país desde 1982.

El PSOE ha combinado desde hace mucho tiempo, en particular en tiempos de Rodríguez Zapatero, una extrema ideologización con un pragmatismo descarnado. El resultado es que se ha ido reduciendo el número de electores capaces de creer en la seriedad de sus propuestas. Del PSOE se puede esperar cualquier cosa. Sigue sin encontrar la forma de articular una actitud y una propuesta creíble, salvo, eso sí, en el desenfrenado populismo de la Junta de Andalucía, que conecta –y no es casualidad– con el antiguo felipismo. El Partido Popular, por su parte, sí que ofrece credibilidad, pero se ha esforzado por reducir al máximo la movilización política de la opinión pública. Hay razones que permiten entender esta actitud, más allá del carácter de Mariano Rajoy y de las personas de su equipo. También está el hecho de que con un PSOE descabezado y sin rumbo, el PP ha tenido que asumir solo el peso de todo el sistema democrático. Bien es verdad que esta desmovilización ha llevado al alejamiento de una parte del electorado del PP, que no acaba de ver cuál es el sentido político de la acción del gobierno en algunos aspectos cruciales.

No es de extrañar por tanto que se esté produciendo una situación paradójica. Mientras que los grandes partidos parecen tener dificultados para articular una posición política (o la confunden con los debates poco edificantes, como el último del Congreso), quien articula una propuesta política, con la reivindicación explícita de la palabra «política», es una organización que en su esencia última presenta una fuerte tentación antipolítica. No parece que esto sea lo más conveniente.