A pesar del...

Mingardi y el capitalismo

El capitalismo, al revés de las sempiternas jeremiadas que lo niegan tercamente, erosiona la desigualdad y promueve la mezcla de personas de variada condición

Decir cosas sensatas en pocas páginas y encima sobre el capitalismo se antoja prácticamente imposible. De ahí la bienvenida que conviene brindar a un librito que acaba de publicar Alberto Mingardi en Alianza: «Capitalismo. Breve historia de una palabra».

Lo insólito del capitalismo es que la economía crece porque el capital crea capital, cosa que la tierra no puede hacer. Gracias al capital, en cambio, la economía pudo crecer de forma sostenida desde hace dos siglos, lo que nunca había sucedido, propiciando la esencia del capitalismo: la innovación.

Tampoco había antecedentes de la dimensión social del capitalismo, que, al revés de las sempiternas jeremiadas que lo niegan tercamente, erosiona la desigualdad y promueve la mezcla de personas de variada condición: «La movilidad social era sustancialmente desconocida: la hija de un latifundista no se casaba con el mozo de cuadra o con el chófer, como en Downton Abbey. Más extraño aún era que el mozo de cuadra consiguiera hacerse rico». El estilo del profesor Mingardi es ágil y recurre con gracia y acierto a ejemplos de la cultura popular.

Pero esta obra tiene mucho pensamiento detrás. Atina, por ejemplo, con una diferencia crucial: el socialismo es un proyecto, el capitalismo no. En efecto, en la economía de mercado cada persona funciona en competencia bajo las mismas reglas, pero no hay objetivos comunes, no hay un plan. De ahí la próspera dinámica capitalista: «Cuando decidimos que la autoridad política no debía participar en las decisiones relativas a la producción, fue cuando comenzamos a enriquecernos».

Esto tiene que ver con la fatal arrogancia de tantos intelectuales que aspiran a organizar la sociedad, desprecian el orden espontáneo del mercado, y creen que conocen el interés de la gente mejor que la gente. No se traga Mingardi esa «patraña del Estado que decide por todos». El capitalismo es un sistema de decisiones descentralizadas, y, para ilustrar a los jóvenes, don Alberto les diría: «el capitalismo es lo contrario del confinamiento».

Tras la espectacular prosperidad debida al colapso del comunismo persisten los cantos de sirena del socialismo supuestamente apacible. Seguimos teniendo, en fin, dos opciones: «un mundo con libertad para elegir y para ofrecerse a ser elegido y un mundo en el que algún otro, movido por buenas intenciones, pretenda elegir por nosotros». Alberto Mingardi apuesta por el capitalismo, es decir, «un proceso sin guías ni conductores».