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Restringido

Encuestas a la carta

En la cultura occidental es inherente a una sociedad libre la existencia de una pluralidad de medios de comunicación con diferentes lineas editoriales. Y es especialmente legítimo que cada línea editorial coincida con los valores de un determinado partido político o de un espectro de ellos.

De esta manera, en Francia hay una coincidencia honorable de «Le Figaro» con las ideas conservadoras y de «Le Monde» con las de centro izquierda. En Reino Unido, «The Guardian» sigue una línea de izquierda política siendo «The Times» un periódico de ideología de derechas. Y así podríamos ir recorriendo cada una de las sociedades europeas. Para cualquiera que haya leído el diario «El País» el pasado fin de semana, no le cabe la menor duda de que el periódico está embarcado en una operación de poder en el seno del PSOE.

Una apuesta política sería considerar –y expresarlo editorialmente– que la izquierda debe ocupar el poder. Pero, en este caso, la apuesta no es que el PSOE gane, sino que gane uno u otro dentro del PSOE. Entonces, se han pervertido los intereses. Antonio Miguel Carmona es el candidato mejor posicionado para lograr la Alcaldía de la capital de España. Con esa claridad lo vieron los miles de miembros del partido socialista que le eligieron y todos los estudios electorales, excepto uno, que conocimos el domingo.

Cualquier especialista demoscópico sabe que un estudio serio sobre el liderazgo, una medición con consistencia sociológica y científica, debe realizarse con un análisis multivariante de datos y debe contar con algunas especificaciones técnicas dirigidas a medir precisamente eso.

Sin embargo, el sondeo publicado respondía a otra lógica, era el colofón de todo un proceso. Primero, la escenificación de la invisibilidad. Sólo hay que recordar que la presentación de la candidatura de Carmona tuvo repercusión en todos los diarios de prensa, salvo en uno, por supuesto. Una vez condenado a la inexistencia informativa, solamente rota para erosionar su imagen, resta concluir el relato: no es la persona adecuada para la responsabilidad. Y el ataque se produce, casualmente, el mismo Día Mundial de la Libertad de Prensa, como una de las exigencias irrenunciables de la democracia.

Para ellos da igual el daño electoral ocasionado al PSOE y la legitimidad democrática que respalda al candidato. Se trata de un juego de poder. No es extraño que cada vez más lectores consideren que su editorial está más pendiente de los intereses de algunos grupos económicos de largo alcance que de mantener con pulso aquellos valores políticos que inspiraron su creación.

Pero el partido socialista es una organización veterana, y si es la decana de la política española se debe a que siempre ha sabido preservar su independencia de los poderes fácticos.

Por mucho que quieran colonizar el socialismo de nuevo, el mucho o poco poder con que cuenta el PSOE es patrimonio de los españoles y es gestionado por aquellos ciudadanos que han decidido formar parte de él, afiliándose. Las decisiones se toman desde sus bases y no desde despachos empresariales que miran el mundo con demasiado hambre de poder.

Pero hay una reflexión que me produce preocupación. La Prensa representa la libertad. Esa libertad que debe ampliar cada día y, para ello, debe esforzarse en protegerla incluso de sí misma, de la propia Prensa. Porque hay una delgada línea donde los medios de comunicación dejan de ser libertad para ser poder. Cuando eso ocurre, ni los lectores reconocen a su periódico, ni tampoco los profesionales que lo fundaron y que no ocultan su perplejidad, tanto en privado como en público.

La teoría liberal del siglo XIX que alumbró la libertad de prensa otorgó dos funciones a los medios de comunicación: una función política y otra, moral. En la primera de las funciones, su tarea es la entrega de información para que los individuos podamos vivir en una sociedad libre y en condiciones de verdad. En cuanto a su tarea moral, sencillamente es satisfacer el derecho a estar informado de la mejor forma posible.

La esencia de lo que defendían liberales como Thomas Jefferson era que la prensa ejerciera de contrapoder, no de poder en sí mismo. A esta concepción se refería cuando pronunció aquellas palabras, ya célebres: «Si fuera por mí decidir si debemos tener un Gobierno sin periódicos o periódicos sin Gobierno, yo no dudaría en preferir este último». Alguno se lo ha tomado al pie de la letra, qué mala interpretación.

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