Cristina López Schlichting

Érase una vez

Érase una vez
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El de las niñas de Alcàsser fue un crimen que marcó un antes y un después, pero más por el tremendismo informativo que por la despiadada acción de Anglés y Ricard sobre las tres niñas violadas, torturadas y asesinadas. Ya hacía mucho que Truman Capote nos había abierto los ojos sobre la indiferencia del psicópata ante el sufrimiento de una familia inocente asesinada a sangre fría. Y desde 1992 no hemos hecho sino aprender sobre la maldad humana. Javier Rosado, el del crimen del rol, nos explicó cómo elegir una víctima al azar (un trabajador que esperaba el autobús en un barrio obrero de Madrid) y matarlo con las propias manos después de intentar arrancarle la lengua.

El caníbal de Rottemburgo añadió la crueldad de comerse a la víctima, en este caso un voluntario contactado por Internet que se sometió antes de morir a la ablación de los genitales, cocinados en una sartén. En estos días asistimos al replanteamiento judicial del caso de Marta del Castillo, cuyo cuerpo sigue sin aparecer, y llevamos un año horrorizados con el parricida de Córdoba, que asó a sus propios hijos. Los cuentos europeos se quedan cortos en este relato de la miseria humana. Ogros que persiguen a pulgarcitos, brujas que pretenden hornear a los críos, lobos que acechan a caperucitas y madrastras crueles que mandan arrancar el corazón a jóvenes inocentes se revelan espantosamente reales.

Las fábulas constituyen el antiguo esfuerzo de los pueblos por avisar a los menores de aquello que no se puede ni imaginar.