Jesús Fonseca
¿Es cosa o no de enloquecidos?
Suele suceder que cuanto mayor es el peligro, más desapercibido nos pasa. De verdad: tenemos un problema muy serio. Pero es que estamos, además, ante algo que afecta a gente decente, muy digna. Habrá movilizaciones «no sólo en la calle, sino en todas partes», avisa Artur Mas. Y avisa también este gacetillero, que quiere a Cataluña, que tiene muchos amigos allí y siente como uno de sus mayores gozos viajeros ir siempre que puede, que es una insensatez subestimar al president. Por mucho que les moleste a algunos, Artur Mas no es un cantamañanas. Se equivocan los que le sitúan en la nada. Lo he dicho otras veces y no pararé de repetirlo, en cuanta ocasión tenga: Artur es astuto. Listo como esos conejos que corren y saltan por las verdes praderas de Castelldans. Conoce bien su oficio y menester. Están en Babia los que piensen que Mas tiene media bofetada. Bastaría con reparar en su cintura para encajar lo que le caiga, o justificar con soltura lo injustificable. De nada sirve banalizar al personaje. Este enredo no se parará con insultos. Y mucho menos ahondando en el desencuentro. Se encauzará sólo desde el entendimiento; con voluntad de pacto por ambas partes. La pregunta no puede ser otra que ésta: ¿es este pulso cosa de cuatro enloquecidos o representa la voluntad de unos cuantos? Los que sean. Porque si es así, habrá que canalizar esos pensares y sentires. Lo que es, es, sencillamente. De poco serviría romper la baraja. Tendremos que buscar, entre todos, una solución, sin que esto signifique comulgar con ruedas de molino. Ni se puede dejar de hablar, ni se puede dejar de escuchar. Ah, y habrá que hacerlo, además, con entusiasmo. Porque nada grande se hizo nunca sin entusiasmo. Nada.
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