Alfonso Ussía
Es la guerra
Las radicales, interesadas y estúpidas izquierdas populistas han hallado, en pocas horas, a los responsables de los terribles atentados islamistas en París. Los Estados Unidos, la Comunidad Europea e Israel han sido los culpables. No cambian. El Presidente de la República Francesa, socialista, y su Primer Ministro, socialista, han movilizado a sus Ejércitos. No tienen complejos. Nada bueno puede venir de una brutal acción criminal cometida contra centenares de ciudadanos inocentes. Quizá, que al fin el mundo occidental, el mundo de las libertades y los Derechos Humanos, el mundo que recibe a los desheredados y los fugitivos, asuma sin cautelas y juegos de palabras, que estamos en guerra. En guerra contra un siglo XI sostenido por el odio y los dólares de Arabia y los emiratos del Golfo Pérsico. En guerra contra un siglo XI que se ha propuesto exterminar a una nación, Israel, la única democracia occidental del Medio Oriente, que muere y se defiende todos los días sabiendo que lo hace por quienes tenemos el privilegio de la libertad. Es la guerra. Madrid, Londres, París...
A un ejército de asesinos y terroristas no se le detiene con la negociación, los pactos y las palabras. O se acepta, desde las históricas amabilidades occidentales, que vamos a ser vencidos por quienes odian a nuestra civilización y asesinan en nombre de su dios, o se combate abiertamente contra ellos para que el siglo XI sea derrotado. Ya han surgido vocecitas indignadas por el ataque –eficaz, por cierto–, desde un dron contra el carnicero del Estado Islámico Mohamed Emwazi, «John el Verdugo», experto en degollar a prisioneros indefensos ante las cámaras. Las vocecitas protestan por la «desproporción» del ataque. Vivimos entre la respuesta «proporcionada» y «desproporcionada» contra los que sangran o humillan las leyes. Mohamed Emwazi está muy bien matado. Era un criminal gélido, un sujeto perverso, y su muerte es una magnífica realidad y estupenda noticia. Pero no se triunfa contra el Estado Islámico matando a uno de sus terroristas. Se triunfa impidiendo con firmeza su expansión callada por Europa. Se triunfa desoyendo las pamplinas de quienes pretenden eliminar la civilización judeocristiana en beneficio de la musulmana. Se triunfa estableciendo un control permanente de lo que se dice, se proclama y se incita desde las mezquitas que Occidente autoriza construir en sus ciudades. Ahí tenemos la vocecita de Zapata. Le divierten las cenizas de once millones de judíos en un cenicero. Aborrece a la cristiandad, y comparte con sus amigos musulmanes el Ramadán. Es concejal de Madrid por «Podemos».
No todos, –faltaría más–, los musulmanes son terroristas, ni malvados. Millones y millones de musulmanes son gente de paz y de concordia. Pero tienen una religión interpretativa, que puede leerse desde la paz lo mismo que desde el odio, igual desde la tolerancia que desde la venganza y el crimen. Y cada día son más los musulmanes que se dejan convencer por las segundas opciones.
Es la guerra porque están aquí, y aquí se les ha facilitado su crecimiento. Es la guerra porque el poder del dinero y del negocio, cierra los ojos cuando se beneficia con los proyectos, obras y realizaciones que lleva a cabo en las poderosas naciones y emiratos que financian el terrorismo islámico. Es la guerra porque las izquierdas radicales europeas también desean y apoyan la destrucción de Israel. Una guerra sorda, cobarde y terrorista contra la civilización occidental.
Y si es la guerra, que lo es, hay que combatir al enemigo. No intentar comprenderlo. Las guerras se ganan o se pierden, no se negocian. Y Europa, ahora mismo, la está perdiendo.
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