Cristina López Schlichting
Escoltas escombro
En estos tiempos de «polémica Parot» van cayendo los andamios del edificio que se alzó contra el terrorismo. Desde las leyes para perseguir el asesinato, hasta los diques contra la entrada de los terroristas en las instituciones, pasando por la lengua, que vuelve a designar el asesinato como incidente «político». El muro frontal contra ETA lo trabaron los cuerpos de los amenazados, que estallaron por miles. Y con ellos, delante y detrás, los escoltas. Algún día habrá que escribir la crónica de los miles de muchachos que durante veinte años se empeñaron en ponérselo difícil a los terroristas ¿Dónde están ahora? Hace unos días entró en mi facebook uno de ellos. El paro se está cebando con fiereza entre los que no son de los cuerpos y fuerzas de seguridad. En el mejor de los casos, se colocan como vigilantes por mil euros, pero son muchos los que, pasados los cincuenta años, tras veinte de servicio, no tienen para mantener a sus familias. Es interesante que se refieren a una especie de síndrome de Vietnam: «En el País Vasco somos apestados, desde luego, pero fuera también nos cubre un manto de silencio. La gente no quiere que le recuerden malos tiempos». Son personas que se enrolaron en un momento histórico, pero que no mueren con él, como es lógico, y permanecen como jirones del pasado, retales de unos años en que defendieron a concejales, funcionarios y amenazados de toda clase. Más que un trabajo, muchos reconocen que fue una vocación. «Nos involucramos de tal manera que, en nuestros escasos días libres, seguíamos vigilando las entradas y salidas de los bares en los que tomábamos algo y cacheando mentalmente a los que andaban por los alrededores. Habíamos educado el instinto». Habituados a vivir en alerta, algunos han tenido que afrontar duros procesos mentales de transición. El Ministerio del Interior se comprometió a facilitarles la incorporación como vigilantes en las cárceles, pero supongo que la crisis lo hace difícil. Pidieron el reconocimiento de su experiencia profesional en las oposiciones a policías y guardias civiles, pero no se les ha concedido. Lo último que sé de mi amigo de facebook es que se encuentra en Francia aprendiendo la lengua para optar a una plaza de vigilante en Bruselas y que los bancos lo llaman de la noche a la mañana para exigirle el pago de una hipoteca que no puede afrontar. Fue uno de los que hizo posible que la democracia siguiese funcionando en los años de plomo. Ahora es un escombro.
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