José María Marco
España en 2020
Cuando se inauguren los Juegos Olímpicos, en el verano de 2020, en Madrid hará el mismo calor que hace siempre, si bien un poco más insufrible por los efectos del cambio climático: el mundo estará más desarrollado y aunque para entonces los nuevos países ricos –antes llamados emergentes– se habrán vuelto más respetuosos con el medio ambiente, todavía no habrán llegado al punto de tomar medidas serias.
En España, las instituciones del Estado seguirán cumpliendo su papel, en particular aquellas que han definido desde hace siglos la naturaleza del país. La Monarquía continuará ejerciendo con brillantez su papel estabilizador, integrador y de representación en el exterior. Ni el Gobierno, ni las Cortes ni el Poder Judicial habrán sufrido variaciones serias. El Senado habrá superado unos cuantos debates y seguirá, como siempre, en trance de convertirse en una Cámara auténticamente territorial.
Habrá habido cambios, eso sí, en el Estado de las Autonomías. Estos cambios no afectarán a la estructura misma del Estado ni, en general, a las competencias de las autonomías. Vendrán, en cambio, de la evolución de la economía. Como consecuencia de la austeridad, se habrán reducido notablemente los gastos de los gobiernos: en representación, en personal, en medios de comunicación propios... en todo lo superfluo.
Para entonces, efectivamente, ya se habrá comprendido que la prosperidad de la economía en un mundo globalizado –globalizado de verdad– requiere un adelgazamiento del Estado. Los españoles habrán comprendido que no se puede volver a los tiempos del Gran Despilfarro, y también habrán superado la etapa que les llevó a optar por un crecimiento débil a cambio de seguir manteniendo un Estado gigantesco. Así que se habrán tomado algunas decisiones difíciles, pero éstas habrán servido para dinamizar la economía y para garantizar los servicios esenciales del Estado, es decir, los auténticos derechos de los ciudadanos: pensiones, Sanidad, Educación obligatoria, seguridad y Justicia, Defensa. En muchos de estos sectores la participación de la sociedad será mayor, como será mayor la implicación de la gente y de las empresas en la vida pública, que a estas alturas estará liberada, en buena parte, del monopolio que sobre ella llegó a ejercer el poder político en el siglo XX.
Gracias a las reformas introducidas y al nuevo espíritu emprendedor de los españoles, la economía habrá vuelto al dinamismo y a un crecimiento notable. El nivel de vida de los españoles se habrá recuperado, mejorando incluso las cifras de entre 2000 y 2006, lo que habrá traído cambios en la estructura misma de la sociedad. Los españoles habrán vuelto al trabajo, incluso a ocupar empleos que todavía durante la crisis dejaban a los inmigrantes. Éstos, por su parte, se habrán integrado completamente en la sociedad española, y a la tradicional diversidad de nuestro país, se habrá añadido ahora la realidad de nuevos representantes políticos y sociales. España será para entonces un país más cosmopolita y aún más abierto, aunque con la misma capacidad de integración que siempre ha tenido.
Uno de los cambios más profundos habrá tenido lugar en la conciencia nacional. Al reducirse las subvenciones y el Estado Cultural, la sociedad habrá recuperado su papel y con él habrá vuelto a primer plano, por fin, una vivencia natural del propio ser de español. Con este nuevo estado de ánimo, y al cerrarse la crisis, el órdago nacionalista habrá perdido cualquier credibilidad. Habrán estallado, por tanto, todas sus contradicciones internas. Los nacionalistas de derechas habrán vuelto al centro, ERC y los extremistas vascos celebrarán reuniones apasionadas con sus colegas populistas del resto de Europa, como el Frente Nacional francés, mientras los socialistas andarán todavía tratando de reconciliar federalismo y nacionalismo, que es una de esas cosas a las que, como la naturaleza territorial de la Cámara Alta, los españoles de 2020 seguirán asistiendo con la misma perplejidad y desinterés que siempre. Gracias a Dios, hay cosas que no cambiarán nunca.
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