Francisco Marhuenda
España no es Venezuela
El presidente de Ecuador, Rafael Correa, le recordó a Pablo Iglesia, durante su periplo hispanoamericano, que España no era Venezuela, Argentina, Bolivia o Ecuador. El autoproclamado «líder de la oposición» sin pasar por las urnas se ha instalado en el «olimpo» y no estoy seguro de que recuerde el consejo del mandatario ecuatoriano. Correa es un político con mucho mérito personal, porque proviene de una familia de clase baja de Guayaquil y gracias a su esfuerzo personal fue capaz de conseguir una brillante formación académica con un postgrado en la Universidad Católica de Lovaina y un doctorado en Chicago. No se puede negar que es un economista brillante, aunque no coincida con sus planteamientos políticos y su desbordante populismo, propio del caudillismo tan característico de la Hispanoamérica en el siglo XIX. Los dirigentes de Podemos se sienten incómodos, muy incómodos con el tema de Venezuela, pero es un pasado que no pueden cambiar. El régimen autoritario y populista implantado por Chavez, con la patética continuidad de Maduro, ha sido una tragedia para Venezuela. Los males que aquejan a esa gran nación los leemos día tras día en los diarios y muestran que esos populismos de raíces comunistas, al igual que Podemos, causan un gran dolor y una destrucción brutal en las sociedad que se implantan. Es cierto que Venezuela tenía problemas graves cuando el golpista Chavez se hizo con el poder, pero las consecuencias han sido infinitamente peores y no se ha resuelto nada.
Cuando Chavez consiguió su primera victoria electoral nadie imaginaba que iba a imponer una deriva autoritaria que conduciría Venezuela a la crisis en que está sumida. Los venezolanos confiaban en la democracia y se encontraron que un dictador conseguía el poder gracias a las urnas. Es cierto que no impuso un régimen totalitario similar al que sufrió Rusia y los países que cayeron bajo la órbita soviética, pero los resultados han sido similares. El modelo bolivariano, que Bolívar, un aristócrata criollo, hubiera rechazado, conculcó las libertades, se sumió en la corrupción y persiguió con brutalidad a la oposición. Los venezolanos que pueden se marchan de su país porque el ambiente es irrespirable. La detención de los líderes de la oposición refleja fielmente cuál es la auténtica realidad que se sufre día tras día en un país con importantes recursos naturales y un alto nivel cultural.
Los populismos siempre acaban por rechazar la democracia, vulnerar el ordenamiento constitucional y reprimir a los disidentes. Es una de sus principales características. Otra es el desaforado culto al líder, que es presentado como una especie de mesías capaz de conducir el país a una nueva utopía que jamás se alcanza. El comunismo, al igual que el fascismo, el nazismo o el militarismo, fue una gran tragedia del siglo XX y provocó centenares de millones de muertos en guerras y represiones. No hay un solo país donde se haya instalado el comunismo en el que no se haya aplicado el terror, término que proviene del periodo en que los jacobinos se hicieron con el control del poder durante la Revolución Francesa.
Hay quien contempla con simpatía a los jóvenes, aunque algunos no lo son tanto, de Podemos porque representan, según su peregrina interpretación, un soplo de aire fresco y una renovación de la izquierda. Los populistas siempre dicen lo que quiere escuchar la gente. La seducen con promesas de un modelo utópico que actuará de forma balsámica frente a los problemas que aquejan a la sociedad. Es algo que sufrió Europa durante el periodo de entreguerras cuando países con altos niveles culturales abrazaron modelos totalitarios y no fueron capaces de ver el horror que comportaban. El comunismo se ha reciclado tras la caída del Muro de Berlín. Una vez más me viene siempre a la mente que los regímenes comunistas nunca dejaban salir a sus ciudadanos y levantaban muros, alambradas y puestos militares para matar a los que intentaban huir del «paraíso». Grecia está sufriendo la consecuencias de un gobierno de izquierda radical tras la victoria de Tsipras y la contundente reacción de sus socios europeos ante sus delirantes planteamientos en materia económica.
La situación económica y social de España no es la de Venezuela, pero una victoria de Podemos, que no se producirá, nos conduciría a una deriva similar. Pablo Iglesias y sus colaboradores no tienen nada que ver con la socialdemocracia o con el PSOE que lideraba Felipe González en 1975 y mucho menos con la transformación que sufrió hasta la victoria de 1982. Al igual que le sucedió a muchos venezolanos cuando apoyaron a Chavez, los seguidores de Iglesias y sus palmeros mediáticos y universitarios no se dan cuenta de las consecuencias de una victoria del populismo postcomunista que representa Podemos. El sistema, como despectivamente denominan a nuestro modelo constitucional, estaría en peligro y no hay que olvidar que ha sido muy positivo para España.
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