Cataluña
Esta noche es Nochebuena
Nunca habíamos llegado tan azacaneados a Nochebuena: entre las elecciones del jueves y la lotería del viernes, el fin de semana es un abrupto remanso de paz ¡Y tanto follón para que no cambie nada! Ni nos ha tocado la lotería –a la inmensa mayoría– ni ha transmutado el gobierno en Cataluña.
No estoy dispuesta a fingir que ni una ni otra cosa me hayan sorprendido. La lotería nunca nos bendice más allá de la «pedrea» y las encuestas predecían lo que ha ocurrido en Cataluña. El más optimista de los recuentos (la cuarta encuesta prohibida de Andorra) daba 70 escaños al independentismo, que es lo que ha sacado. Y el más favorable de los sondeos (el de ABC) daba 63 escaños al constitucionalismo, que ha llegado incluso a 65. Quien esperase más, hollaba insensatamente la fantasía.
No y no. Ha pasado lo que tenía que pasar. La tarde del jueves, camino de TRECE TV, el taxista me preguntó qué esperaba de los comicios: «Nada nuevo –dije– pero me encantaría que ganase Arrimadas y que los partidos anti independentistas sacasen al menos un voto más». Bueno, pues han ocurrido ambas cosas. Ciudadanos ha clavado la esperanzadora encuesta de «La Vanguardia» tras el cierre de las urnas, 37 escaños, lo nunca visto, y el voto constitucional (50,9%) ha goleado al separatista (47,5). Hay una sola novedad: la victoria del huido (Puigdemont) sobre el pobre Junqueras. Junts per Catalunya obtuvo 34 escaños frente a los 32 de ERC. Eso no lo adivinó sondeo alguno. Se demuestra que la traición trae cuenta.
Como no hay grandes cambios, ni en el bolsillo ni el horizonte político, nos toca celebrar Nochebuena amarrados al Niño. Sin más. Tan pobres en cierto sentido como aquellos pastores de Belén. La secuencia tiene moraleja. Los seres humanos nos empeñamos en buscar la felicidad a través del dinero o el éxito, pero esos horizontes no suelen dar grandes resultados. No creo que los pastores fuesen muy distintos de nosotros. Los habría soñadores de un rebaño propio, más allá de los apriscos del señor de turno, pero defraudados por las dificultades de la empresa. Los habría zascandiles y tunantes, bebedores quizá o dilapidadores de cualquier ahorro. Seguro que alguno incluso perdía una oveja de vez en cuando.
De repente, en mitad de la noche, llega la noticia de un parto extraño, humilde pero jolgorioso. Y conocieron una familia de extranjeros pacífica y alegre, llena de sabiduría y eso que llaman santidad. La Biblia no nos dice qué fue después de los pastores, si visitaron de nuevo a Jesús en Belén, o si siguieron de viejos sus pasos adultos por Palestina. Pero aquella noche lo cambió todo. Porque, por una vez, la esperanza no dependió de sus propias fuerzas, de la capacidad de éxito, la fortuna o la posibilidad de enmendarse. Por primera vez dependió de algo ajeno, de la sonrisa de un bebé en un pesebre que les hacía inexplicablemente felices. Que les permitía comprender que lo importante era ser amados.
Que nos pase a nosotros algo así esta noche, queridos lectores. Que por un instante sepamos que la vida no es un accidente, sino una promesa cumplida. Para independentistas y constitucionalistas, pobres y ricos, reyes y pastores. Feliz Nochebuena.
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