Julián Redondo

Estados de ánimo

Sin goles no hay paraíso y no hay paraísos sin evasores fiscales. Sabido es que a Messi le desconciertan las noticias sobre sus obligaciones tributarias, aunque no sea él quien maneje la «moleskine»; cuando esto ocurre, su actividad en el campo cae bajo cero y, distraído y descentrado, su olfato goleador desaparece como si Luis Suárez le traspasara la mala racha, ¡bluff! Cuando Messi muta en sombra fantasmagórica el Barça se descompone y, difuminado, reanuda la búsqueda de la piedra filosofal, de un sustituto para Luis Enrique y a Bartomeu le sacuden desde los cuatro puntos cardinales. Ha coincidido la mejor versión de Leo y del Barcelona con la peor de Cristiano y del Madrid; en medio, el Atlético, posible beneficiaro del hipotético bajón anímico del argentino, si ocurre. En Copa no hay marcadores definitivos y el 1-0 del Camp Nou es tan aleatorio como un empate a cero. De un par de semanas a esta parte, el fútbol azulgrana se identifica con la calidad de la plantilla, no hasta el punto de erradicar la nostalgia de otra época, pero convence. A priori, apostar la hijuela a que no marcará en el Calderón es tirar el dinero, y sentenciar al Atlético es pillarse los dedos. Si en la cabeza de Leo retumban las últimas noticias sobre sus conflictos con Hacienda, el plan B de Simeone –buscar en la Copa consuelo para el futuro– no será descabellado. Ganó 2-0 al Madrid con siete suplentes y antes de eliminar al campeón le bajó los humos con dos contragolpes calcados y mortales. La lógica está al lado del Barça en la eliminatoria, pero resulta que el Atleti, con el Cholo al timón, ha dejado de ser víctima propiciatoria para convertirse en un lobo de mar, capaz de salir airoso de las peores tempestades. Ésa es su baza, y el estado anímico de Messi, si no es el óptimo.