Barcelona
Estimada alcaldesa
No se me ocurre, señora Colau, otra contribución para paliar siquiera modestísimamente la desgracia que ha padecido su ciudad, aunque espero que mi gesto, en su insignificancia, sirva como testimonio de la solidaridad de tantas personas de buena voluntad que querrían ayudarles a pasar este trance. Tengo en mi poder, o sea, el billete del AVE que me dejará en la estación de Sants el jueves a la hora del almuerzo, con tiempo para tomar un aperitivo en la Boquería antes de irme al puerto para zamparme un arròs amb cunill. El café será en Zurich, claro, después de gastar un jornal (La Razón, La Vanguardia, Mundo Deportivo, Il Corriere della Sera, L’Équipe... unos diez euros en celulosa palpable) en esos kioscos de Las Ramblas que venden prensa extranjera y que constituían, en los tiempos anteriores al iPad, una oxigenante ventana al mundo. No requeriré esta vez hospedaje en ninguno de los maravillosos emporios de la hotelería barcelonesa, pues compartiré la noche con mi cuñado charnego (ah, el cuñado hispánico, esa institución), su esposa mejicana y su hija catalana, un mix multiétnico que ama su región pese a que se expresan en castellano e inglés, a la salud de los eternos disgregadores. Si el Espanyol juega en casa, que creo que sí, iré a Cornellà con Xavi, ilerdense, perico irreductible, descendiente del mártir anarquista Andreu Nin y lector de Pere Gimferrer... además de forofo de la Selección nacional, a la que ha seguido por media Europa con la camiseta roja que le dio Joan Capdevila. Soy un turista, señora alcaldesa, me encanta visitarles y gastarme unas perras en Barcelona. Si no es molestia, nos vemos el jueves.
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